César Hernández*



notas de la escuela


... bien mirado, más vale pasarse que quedarse corto.
--Discurso al hijo en estado de merecer--
Camilo José Cela.


     La señora que acaba de cruzar la puerta me recordó al cardenal Oliver Maillard; ese religioso exótico y creativo más conocido en la cristiandad por sus sermones que por su piedad: Hacía 1502 en el sermón de la cuaresma, consta en una nota que leí recientemente, invitó a las damas que usan escotes "abusivos" a no salir a la vía pública, como los leprosos, sin las campanillas a fin de anunciarse y permitir a los transeuntes tomar sus precausiones.

     Exótico y creativo, pero faltó de visión, este amigo de la paz interior no pudo ver en su ingenio al más diabólico de los métodos de tortura que se hubiesen inventado para entonces; ya que el "prevenido" temiendo que Dios le brindase la dicha de encontrar unos frondosos pechos allí donde suenan las campanas apresurase su paso para topar, en cambio, con un leproso. De haber sido contemporáneo a Dante, este último hubiera utilizado el método en alguno de los nueve niveles del infierno; como instrumento de frustración y castigo psicológico.

     Pero nunca, que yo sepa, se llevó a la práctica tal sugerencia y la mujer que ahora entraba a la recepción, ajena a tan exóticas ideas, no traía puesta ninguna campanilla. No está por demás decir que no las necesitaba pues su silencioso paso obró más de un milagro; regresó la vista a más de un miope, levantó con su exquisita presencia a más de un tullido y "alertó" a los más que ni tardos ni perezosos se aprestaron a tomar sus "precausiones" ante tal evento.

     Yo no fuí indigno del momento, paralizado por la visión, pensando que sólo nos es dado conocer la maravilla momentos antes de nuestra muerte me di en adivinar que está portentosa hembra debierá de ser madre de los alumnos mejor alimentados de esta escuela (despues de todo estabamos aquí, en la escuela, esperando a que nuestros hijos salieran de sus clases), de los tritones de la clase de natación. Pense en ellos como los Rómulo y Remo, que alimentados por su leche, son los nuevos estudiantes guerreros que habrán de fundar el nuevo imperio...

     En esto me encontraba cuando ella tomó asiento al extremo de la banca donde yo divagaba. Se disponía a leer cuando una señora, no tan agraciada como ella, se le acercó. Comenzaron a charlar. Pude adivinar una vieja amistad entre ellas pues en pocos segundos despacharon los saludos coordiales y el interés por los niños para cambiar a los temas importantes; hablaron de los problemas con el tráfico, la compra diaria y se detuvieron en la educación.

     De nuevo mi atencíón se hace presa de esta atractivamente ataviada profesora, que no sin alarde de maestría y con impecable lógica instruye a su interlocutora en el arte de enseñar a los críos a obedecer y a aceptar los castigos. Explica que a los niños se les puede inculcar la disciplina desde la lactancia, que con muestras de cariño o reproche los infantes son capaces de entender los castigos cuando éstos son impuestos por su propio bienestar, alega, reiteradamente, que sus hijos reconocen sus faltas cuando incurren en ellas, sin que hallan llegado todavía a corregirse con alguna medida autodisciplinaria, pero da a entender que trabaja en ello.

     Ya no puedo seguir escuchando, pienso para mi mismo; Hm, ya lo veo; gracias madre por explicarme, te ruego que me castigues porque ahora veo claramente que tu tienes razón... por favor, pégame, reclúyeme en mi cuarto de dormir todo el día y no me dejes salir a jugar con mis amigos, esos a los que tanto quiero. Ordéname que me vaya a dormir sin cenar, que el ayuno, lo comprendo ahora gracias a tu brillante explicación, lo tengo bien merecido. Me recriminaré a mí mismo cada vez que mis tripas se retuerzan de hambre... la veo de reojo y me digo que Ella no está descalificada para tales instrucciones, pienso que debe ser gratificante y angustioso su cariño o la falta de el.

     Ya salen sus hijos, envidiablemente la abrazan y la besan, salén despues de trás de ella. Yo comienzo a apagar la computadora. Aquí viene José, mi hijo; la camisa desfajada y las cintas de los tenis desabrochadas. Le pido que se amarre bien las cintas para que no se tropiece consigo mismo mientras yo apago la computadora. Al poco rato comprendo que tendré que ayudarle; me faltan ciertas destrezas para lograr la obediencia.



*César Hernández
César Hernández es el tercer hijo de una familia que tiene siete herederos. Nacido allá en la medianía del ´65 en un paseo providencial que incluía una breve estancia en Guadalajara. Circunstancia, más o menos fortuita, que lo autoriza a colgarse el título de tapatío. Ingeniero de profesión y aprendiz de escritor por ocio. Sádico por naturaleza pero con un muy alto sentido de la conciencia, reconoce en su público a los infortunados conejillos de indias de sus primeras letras, razón por la cual aprovecha para poner el siguiente buzón electrónico para acoger las sugerencias o quejas que sus desbalagadas letras puedan generar: cesarhdez65@hotmail.com