Salvador Leal


¿hemos perdido la esperanza?


Las razones de quienes nos quedamos

Hace algunas semanas, en una clase de Desarrollo Económico (nótese la ironía) mi profesor hizo una pequeña encuesta con esas preguntas que después se quedan en nuestras cabezas sopesando las distintas respuestas: “A ver jóvenes”, dijo mi profesor, “al terminar la carrera, ¿cuántos de ustedes quisieran irse a vivir a otro país?”. Un murmullo recorrió el salón de clases por unos segundos para que finalmente varias manos se levantaran. El resultado fue escalofriante. De 51 alumnos que éramos, treinta y cinco querían irse a vivir a otro país al terminar sus estudios.

Ignoro las razones que tuvieron el treinta por ciento sobrante para permanecer en el país, pero me atrevo a adivinar los motivos por los que la mayoría de la población de mi clase está esperando que, junto con su título, le den un pase de abordar al primer vuelo que salga del aeropuerto más cercano. Y no necesito reflexionar demasiado para encontrar una respuesta plausible; en las más sencillas conversaciones que pudiera tener con mis amigos se puede sentir el desánimo y la desesperanza que existe entre personas de nuestra edad para vislumbrar un futuro ya no digamos promisorio, sino la mera posibilidad de un futuro.

. Uno voltea hacia abajo y ve a millones de personas viviendo en la más extrema de las pobrezas, sin la posibilidad de salir de su atolladero personal que se ha convertido en lastre nacional.. Si miramos hacia arriba vemos a una clase gobernante que no se percata de los problemas del país y que de hacerlo, no busca soluciones (o por lo menos, no soluciones para todos) Junto a ellos están los empresarios defendiendo también sus muy particulares intereses que incluyen a México cuando sus inversiones podrían verse afectadas con el desempeño del país. Al llegar a nuestro nivel y voltear hacia los lados, con semejante panorama hacia arriba y hacia abajo, lo único que uno puede ver son caras lívidas y piernas temblorosas. El más pequeño de los problemas que tiene nuestro país (escoja su favorito) hacen que cualquier persona medianamente sensata quisiera huir lo más pronto posible del territorio nacional sin pensarlo dos veces.

Pero si el país está tan mal y tenemos problemas de corrupción, pobreza, desempleo, educación, alimentación, productividad, gobernabilidad y cientos más.... ¿por qué estamos aquí? ¿Acaso no nos alcanza para el boleto? ¿Los polleros no son confiables? ¿Tenemos manías sadomasoquistas?

Ninguna de las anteriores razones es la que me ata a este país y a su futuro. Los problemas no me hacen huir de mi país. Muy por el contrario. Son la razón número uno para quedarme. Al permanecer en México no sólo busco, junto con muchos mexicanos más, mantener y preservar una cultura y civilización únicas en su género. No sólo deseamos conservar aquello de lo que nos sentimos orgullosos y nos permite llamarnos mexicanos. No sólo es eso.

Permanecer en México es un reto. Y soy de los jóvenes chapados a la antigua a los que aún nos emocionan los retos y la posibilidad de resolver los problemas del país. Soy de aquellos que ve en nuestro país al rompecabezas más complicado y que se frota las manos al imaginarse la cantidad infinita de soluciones existentes. Soy de los que prefieren tener la mente y el cuerpo activos en lugar de salir del país buscando la tranquilidad de la labor que otros ya hicieron tiempo atrás. Soy de los que prefieren fundar e impulsar antes que huir y, pasivamente, ver la vida correr.

Y me gustaría pensar que no estoy solo. Aunque desconozco las razones por las que el resto de mis compañeros decidieron quedarse en México, me emociona pensar que nuestros motivos son los mismos.