Aída Párraga


tres poemas


I

Hay días en los que me despierto
convertida en agua:
Toda húmeda,
sin fondo,
habitada por luces,
tocándolo todo.
Días en los que me siento océano
bailando al compás del universo,
haciéndome remolino,
subiendo y bajando mis mareas...
Entonces se me antojan tus manos,
azules cuencos infinitos,
como único recipiente
capaz de contenerme...



II

Estas manos,
que abiertas anidan rayos de luz de las estrellas,
que cerradas calientan sueños olvidados,
a pesar de todo,
a pesar de tanto,
están vacías...
Entonces el milagro de tu piel
que las germina:
Les hace crecer risas,
alas,
grados centígrados,
voces,
caminos...
Poblándose,
y poblando tu cuerpo,
con el fuego que galopa entre piel y piel
sin detenerse.
Como atardecer atigrillado
corriendo la última vereda de la luz,
estas manos
por tres segundos amontonan
las ganas con la vida
y quieren sentir y que las sientas
robándose tu olor,
tu piel de hoja recién amanecida,
las grietas de tus labios que me esperan,
la dulce tibieza de tu lengua,
los secretos del cuerpo que se entrega.
Estas manos
llevan el atlas del placer entre sus líneas
y no hay más futuro
que un futuro de cama entre caricias,
ni más pasado
que el pasado sueño en que dormían.



III

Soy esto que estás viendo,
esta ser humana que se levanta
con el pelo revuelto,
con aliento a veneno,
con tu olor en las manos.
No hay sorpresas,
no hay mascaras ni disfraces,
no hay más
que un cuerpo desnudo
cubierto de esta pelusita
que a veces olvido rasurarme,
con lunares y una que otra
cicatriz,
(testimonio de intrépido carácter.)
Sin poses ni mejoras:
Con los senos chicos,
las caderas amplias...
Con la barriguita atravesada
por un único camino esmeralda
al país de las maravillas.
No te oculto nada,
nada te invento más que las mil caricias nocturnas
con las que reconozco tu cuerpo.

Y aquí estoy,
sin pretensiones de perfección,
sin exigencias,
sin compromisos,
sin preguntas,
casi convertida la piel en cristal
para que veas mis pensamientos.
Con el pasado,
todo,
convertido en palabras.
Con el presente,
todo,
en las veredas de tu piel
y el futuro,
todo,
transformado en el bosque que me espera
con sus promesas de aves,
de hojas, de cuevas, de agua...
Nada más soy,
porque los sueños siempre han sido nada...
Nada te ofrezco
más que recorrer las mil veredas
de tu espalda,
y amarte el día de hoy
como no sé si te amaré mañana,
y caminar a tu costado,
hasta donde la vida lo permita,
ayudándote a cargar con tus temores
mientras tú
cargas mis heridas.