Mix Mix
Ruth Pérez Aguirre



    Era domingo, y que mejor que hubiera caído en día de quincena para los señores Celestingo Baños del Corral y su muy distinguida esposa doña Ursulina Cristal de Baños quienes se aprestaron, como cada quince días, a encaminarse hacia ese mundo de magia y fantasía, de ensoñación y placer, donde abundaban las sorpresas que los aguardaban pacientemente para ofrecerles las últimas novedades traídas de la lejana China a precios irrisiblemente "tentadores".

    Los señores Baños dejaban a un lado cualquier otra actividad o diversión dominguera para no privarse de su máximo placer: visitar el supermercado Mix Mix hasta que el cuerpo se los permitiera, sin importarles que fueran absorbidas sus energías, tiempo y dinero en tan provocativo afán.

    Los niños Baños Cristal habían sido debidamente educados desde su nacimiento bajo este ritual, por lo cual no conocían las iglesias ni ninguna otra de las diligencia dominicales. Al igual que sus padres, disfrutaban plenamente de esta única diversión; por lo tanto, ese domingo, la familia en pleno entró a Mix Mix con un brillo goloso en los ojos y una sonrisa que se les podía ver hasta por atrás de la cabeza. Los amaestrados niños Remigito y Godofredito en cuanto los soltaron, corrieron de inmediato a las áreas dedicadas a ellos: la de juguetes y golosinas, mientras que con gran alegría disfrutaban de que sus padres recorrieran la tienda de extremo a extremo.

    Don Celestingo se hallaba tranquilo en su sección favorita de herramientas donde había encontrado unas novedades increíbles, todas chinas por supuesto, que le estaban haciendo agua la boca. Con un desarmador en las manos cuyo mango tenía forma de libélula, algo nunca visto por sus sagaces ojos, le daba vueltas y vueltas tratando de encontrarle un uso práctico, cuando de pronto ve llegar a Ursulina, toda nerviosa, pero feliz, para comunicarle de un hallazgo del cual necesitaba su punto de vista para comprarlo.

--¡Celestingo, Celestingo! Ven a admirar este prodigio que con seguridad llegó hoy mismo. Apresúrate, suelta ese desarmador que no te hace ninguna falta ya que tienes de todos los tamaños y colores, incluso los de miniatura usados por los relojeros, y no te pierdas de ver esta preciosidad que acabo de descubrir.
--Pero, querida Ursulina, si se trata tan sólo de un recipiente para ensaladas. ¿Qué de particular le encuentras a este? Tienes en casa más ensaladeras que en un restaurante chino: de cristal checoslovaco, madera prensada, corcho, acrílico, aluminio, cobre, fibra de vidrio, latón ahumado, la psicodélica de los años sesentas, la de cartón chino laqueado, la verde vesícula…
--¡Ya basta! ¡Quiero ésta! Es bellísima; no pienses más en las otras y admira cuánta hermosura posee.
-- Lo único que veo es un simple trasto de plástico color lila…
--¡Celestingo, tú no tienes sensibilidad al arte! ¿Cuándo habíamos encontrado una igual? ¡Nunca! Esta es una verdadera oportunidad que no debemos dejar escapar, y menos ahora que el lila es el color de moda entre los artistas. ¿Sabías eso?
--No, para nada. Sin embargo no la encuentro práctica siquiera.

    Pero don Celestingo lo pensó mejor y dejando a un lado sus negativas al ver que la cara de su mujercita se estaba descomponiendo y que se hallaba al borde de las lágrimas, cambió rápidamente de opinión y él mismo, con todo cuidado, puso en el carro de compras la que sería la nueva ensaladera. Y digo "carro", porque en este supermercado los usuales "carritos" son tan grandes y voluminosos que lo más correcto es decirles de esa manera, y aún así les queda chico el concepto.

    Después del incidente pudo regresar ya más sosegado a la sección de herramientas, y con tan buena suerte, encontró un martillo eléctrico que era toda una monada. Con prisa, y el temor reflejado en el rostro por el pensamiento de que pronto se agotara el producto, tomó uno hecho un mar de nervios y, abrazándolo muy fuerte, fue en busca de un empleado para que lo probara.

    Mientras tanto la esposa se encontraba feliz y dichosa con un colador de plástico "utilísimo" que emitía un sonido de campanitas cada vez que lo agitaba, con lo cual daba por resuelto el problema del aburrimiento a la hora de cernir la harina. No cabía duda de que Mix Mix pensaba en todo. Ursulina se topó por casualidad con don Celestingo, cada uno iba con su propio carro repleto de cosas novedosas que deseaban compartirlas con los demás.

--¿Y esas toallas de baño, querida?
--Las compré para que hagan juego con la ensaladera -le contestó llena de orgullo echando chispas por los ojos cargados de emoción.
--¿Cómo van a combinar si nunca estarán juntas? Ay, Ursulina… --pero desviando su mirada de ese carro al suyo, continuó-- Deja que te enseñe esta cosita asombrosa que acabo de descubrir --dijo don Celestingo desbordándole la boca de placer el cual se le traslucía a través de una mirada que rayaba casi en la locura.

    Ursulina se armó de paciencia porque lo que menos quería era ver esas "maravillas" ya que de lejos una mercancía le estaba guiñando el ojo; sin embargo accedió de buena manera a retrasarse y concederle un par de segundos sólo por consideración de que él era quien pagaba las compras. El esposo, abriendo con mucho cuidado una cajita sacó de ella algo que parecía un minúsculo dedal.

--¿Y eso qué es, mi vida? -le dijo extrañada.

    Él, casi babeando de la emoción que le producía su hallazgo, sacó con una pincita una pequeña cosa que parecía un alfiler.

--¡Son clavos, Ursulina, clavos! Los más pequeños y delgados que nunca hayas visto.
--¿Y para que te servirán?, tienes de todos tamaños, grosores y materiales, incluso de madera, con los cuales podrías armar una casa de leños de tres pisos.
--No sé, no sé… --le respondió nervioso sosteniendo con temblor aquel tesoro. Sin salir de su entusiasmo entornaba los ojos como si estuviera imaginando todas las cosas grandiosas que podría hacer con ellos.

    Remigito y Godofredito ya para esas horas habían tocado y tratado de desarmar cuanto juguete cayó en sus manos. Llevaban en sus carros lo que les comprarían esta vez a menos que los padres quisieran arriesgarse a escuchar sus llantos, mezclados con gritos, durante todo el regreso a casa. Habían encontraron unas bellísimas canicas de latón que brillaban muy bonito aunque no rodaban del todo. Unos "palitos chinos" de caramelo cuyo rico sabor comprobaron después de abrir varias bolsitas al primer descuido de un empleado, quien conociéndolos muy bien de sus otras visitas a la tienda, no les quitaba la mirada de encima. Para despistarlo, los experimentados niños tomaron un juego de "Serpientes y escaleras" con control remoto y unas matatenas electrónicas.

    Más tarde se dirigieron a la sección de alimentos, con el empleado pisándoles los talones, para probar cuanta cosa ofrecieran las gentiles empleadas. Por fortuna se encontraron ahí con sus papás y el angustiado muchacho, quien ya tenía los nervios de punta, dejó de seguirlos. En ese momento Ursulina le hacía ver a Celestingo que debían aprovechar una magnífica oferta de un paquete de sesenta y dos donas, de variados colores y sabores, cuyo precio de promoción era el de: ¡sesenta piezas!

--Pero, ¿que haremos con tantas donas, querida? -Preguntó insistente el marido mientras probaba una- date cuenta que sólo somos cuatro, nos tocaría a razón de quince a cada uno, más la mitad de otra.
--Las empezaríamos a comer camino a casa. Te aseguro que los niños se sentirán felices, además, podrán llevarle todos los días una a sus maestras y congraciarse con ellas, ya ves que a los pobrecillos no los pueden ver ni en radiografía por lo inquietos que son.
--Ay, no sé si darte la razón esta vez, Ursulina, porque no creo que Remigito y Godofredito quieran comer hoy algo más después de todo lo que han "probado" aquí, y lo que les falta aún por saborear en las otras secciones. Los he visto "picar": melón, papaya, guayaba y tunas, con chile en polvo; fresas y plátanos con crema, quesos de todos tipos… Ya han tomado horchatas, rompopes, tés, cafés, jugos, yogurts, vinos de mesa, y comido jamones, chuletas ahumadas, longanizas y chorizos, mortadelas, tocinos, dulces, pasteles, bolillos… Pero en fin -agregó el entusiasta marido recordando por experiencias pasadas que lo más prudente es estar siempre de acuerdo con la esposa--, cómpralas, querida, para tomarnos un café con leche en la merienda mientras vemos los comerciales.

    Apenas llevaban unas horas en Mix Mix, ameritaba pasarse tranquilamente otras más degustando cuanto les ofrecieran en materia de las últimas novedades alimenticias congeladas. Más tarde se tomarían el tiempo necesario para escoger unos cobertores que estaban bellísimos. Sí, amable lector, leyó usted bien, ¡cobertores en pleno trópico tabasqueño!, cuyo otoño e invierno fluctúan entre los treinta y cinco y cuarenta grados centígrados sin ver llegar el frío jamás. Pero estaba finalizando otoño y Mix Mix, queriendo complacer a sus clientes, se había esmerado en traerlos de todo tipo, hasta con calefacción para los más friolentos, y satisfacer a las familias como la de los Baños Cristal, pudiendo escoger entre una gama de dibujos que abarcaba desde animalitos y flores hasta paisajes mexicanos, todos ellos "made in China".

    Poco antes de cerrar, la familia, por fin plenamente satisfecha, logró reunirse en las cajas. De regreso a casa iban felices platicando lo que descubrieron uno y otro y que por desgracia los demás no tuvieron la suerte de ver. La alegría era mayúscula en esta ocasión porque la próxima quincena sería en diciembre y habría muchas más novedades, además… ¡llevarían el aguinaldo!



Ruth Pérez Aguirre.
Villahermosa Tabasco, México.
Egresada de la Escuela de escritores "José Gorostiza" y SOGEM. Miembro de la Sociedad de Escritores de Tabasco. Miembro del Grupo de Mujeres Periodistas y Escritoras. Miembro del PEN Club México. Obras publicadas: Incompatibilidad-Compatibilidad (novela, Buenos Aires, Argentina 2003); Arpegio Poético (poemario); Cuadros de Vida (noveletta); Personajes de mis sueños (cuentos); Cuentos de la Pluma, vol 3 (2006).