Por qué se viaja
Gonzalo Peña



 El hombre desde tiempos remotos quiso palpar el límite entre lo conocido y lo desconocido. Para ello, ambicionó los horizontes, los puntos cardinales, los polos, las estepas y los mares. Deseó enigmáticas montañas, soñó con islas lejanas y fabulosas. Su afán por recorrer paisajes que nunca habían sido pisados dio origen al viaje, fuerza magnética que traspasó regiones, países y planetas. El viaje, metáfora de la vida, produce hechizo desde siempre.

 En el transcurso de la historia, son muchos los cautivos del viaje. Desde los primeros hombres que buscaban al otro lado de los montes, los valles del futuro, hasta las culturas precolombinas que recorrieron todos los ríos de Sudamérica, en un rito de comunicación con los dioses.

 Y cómo olvidar a aquel intrépido genovés que surcó el mar inmenso junto a sus marineros, y que en las carabelas depositó sus pensamientos luminosos de encontrar la tierra de sus sueños. La galería de frenéticos por el viaje suma y sigue; Marco Polo, los Piratas, los Colonizadores y los Gigantes buscadores del Dorado, que se despedían de sus mujeres antes de partir por la ruta hacia el paraíso.

 El camino está abierto y la naturaleza muestra sus secretos para el hombre empecinado en conocerla.



Aventura

 Poetas embriagados nutren su lenguaje en las fronteras de los mil caminos, en vastas regiones del planeta abren sus puertas impregnándose del universo. Arthur Rimbaud viajó por el mundo transformándose en mercader, traficante de armas, en proxeneta, en lo que fuera. Blaise Cendrars, escritor francés, que abrazó el mundo con todas las partes de su cuerpo, vivió al ritmo de los trenes, los barcos y las sirenas.


Lo desconocido: mezcla de atracción y miedo.

 Viaje es fantasear con mapas, brújulas, globos aeroestáticos, tesoros increíbles, mundos perdidos, trenes, canoas, dibujos medievales de ciudades aplastadas, jeroglífos de picos de ave y alargadas cabezas, secretos alfabetos, signos de oscuro significado y tablillas Asirias.

 ¿Qué es esta fuerza incontenible llamada viaje que deja a traslucir una constelación de viajeros en los que se confunden las causas?. El explorador, el descubridor, el mercader, el sabio, el misionero, el aventurero, el científico, el gitano, el poeta y el turista. ¿ Qué los mueve a dejar la comodidad de la permanencia y lo cotidiano para atisbar el horizonte y sumergirse en la vorágine de la aventura.

 Se dice que no es necesario ir a Groenlandia para hacer un viaje, y es cierto. A veces basta con ir a Puebla. Se puede cambiar de colonia y viajar; o viajar al fondo de la noche sin salir jamás de la habitación. Todo eso es cierto. Pero hay algo que no puede faltar: es necesario cruzar una frontera para que haya viaje.



Fronteras

 “El río grande es un arroyo que se seca con frecuencia y que casi siempre es un criadero de mosquitos; a este lado queda la ciudad Juárez y al otro, el Paso de Texas. Los mexicanos de Juárez miran con grandes ojos la ribera del frente; allí están el trabajo y la esperanza. Algunos arriesgarán el pellejo y cruzarán en furgones clandestinos, otros morirán bajo las balas de los Rangers. Es la vieja historia, la tierra prometida queda en el valle que sigue”.
Revista Voces, ensayo sobre migración. Pág. 35: 1997.

 Así como en el Estrecho de Magallanes se juntan dos océanos, el Pacífico y el Atlántico. En la frontera, los pueblos estallan en ritos, sonidos e intercambian canciones de atracción y de rechazo. Las fronteras son las captadoras de atenuar o desbordar el voltaje; en medio de la historia han saltado enloquecidos y temerosos los viajeros, que cargados de energía buscan develar el misterio, cruzando más allá del propio mundo.

 El límite entre lo conocido y lo desconocido es alucinantemente atractivo y embriagador. “Cuando los soldados de Alejandro se niegan a seguirlo, él acepta regresar, aunque antes se hace llevar en un bote a una isla del horizonte, donde ordena ser dejado solo para contemplar lo que sigue más allá”.
Crónicas del Rey Macedónico, pág. 141: 1978.

 Existen lugares intangibles, ocultos para muchos. Estas fronteras quedan incluso en el centro de la propia colonia ¿cómo determinar entonces si se está cerca de ellas?, quizás por el peligro que conlleva y que crece paulatinamente. El escultor que penetra con violencia el bloque de piedra busca lo desconocido. El arqueólogo que escudriña figuritas aladas y preciosos dibujos de colores, intenta encontrar señales que den verdades sobre antiguas civilizaciones. El bioquímico, al dividir sus proteínas en busca de una respuesta para entender la forma del embrión. El que se enamora vertiginosamente de una mujer que no conoce y la sigue por calles estrechas y bares repletos de música.

 Se observa el horizonte, porque no hay nada más amargo y vacío que lo conocido. No obstante, a la energía que nos lanza hacia los bordes, se contrapone una fuerza más vigorosa, la fuerza de lo cotidiano, de lo habitual. Al movimiento de marchar se opone la inercia de quedarnos, al anhelo de lo imprevisto, la seguridad de lo sabido, a lo salvaje, lo doméstico. Cuando un hombre piensa en partir, la sociedad lo incita a detenerse, a quedarse. El hombre desea el cambio, la metamorfosis, pero la ciudad desea el orden, la permanencia.



¿Por qué se viaja?

 El poeta Rainer Rilke en su relato del Corneta Cristóbal Rilke, muestra una posible respuesta: “parten dos jóvenes nobles a las cruzadas, atraviesan ciénagas, tierras peligrosas, sufren hambre, enfermedad y frío. Uno de ellos le muestra al otro un retrato de la mujer que ama y que lo espera. Su compañero le pregunta: pero, tu tienes un castillo, tierras, un pueblo que te quiere y una amante que te espera, ¿por qué te alejas, por qué corres peligros y te internas en tierra de infieles?.
Antología de cartas, Rilke, pág. 138: 1964.

 Para regresar, entonces, según Rilke se viaja para regresar. Pero, ¿a dónde se regresa?. Se regresa a la Patria. Y ¿qué es la patria?. La Patria es la lengua.

 Hay una historia de un caminante francés llamado Jean Trufautt que recorrió todo el mundo a pie. El decía que había un ciego que recorría cada tarde el camino de regreso a casa y jamás equivocaba la ruta. Se guiaba por un rastro de perfumes, de jardín en jardín. De la misma forma que llegado el momento, se podría regresar a casa desde cualquier país, con los ojos vendados, ciegos, simplemente aguzando el oído y buscando la lengua que nunca olvidaremos. Cuando se añora nuestra lengua no es el castellano lo que echamos de menos, sino nuestro castellano.


El viaje rima con la aventura y el riesgo.

 Vendados, se encontraría el camino desde Estambul a Madrid, siguiendo la lengua. Oyendo ciertas groserías, ciertas frases, se cruzaría sin dudarlo el Atlántico. Prestando atención buscando los nombres de frutas y peces que sólo existen en América. Y luego siguiendo un cierto canto, un acento, una inflexión, se llegaría a la propia ciudad. Se encontraría la colonia con los ojos vendados, porque no se habla igual en todas las colonias. Y escuchando con más atención, se volvería a la propia casa, atraídos esta vez por la voz inconfundible del hijo. Se apretaría el rostro vendado contra su pecho y se escucharía ahora más allá de sus palabras.

 Entonces ahí se tiene otra razón para viajar: Volver a la Patria o a la Lengua.

 Aunque hay más. El viaje ayuda a ver las cosas por primera vez . El mayor enemigo del hombre es el virus de la rutina, es el demonio de lo cotidiano que te cubre sin ruido de una indistinguible capa de polvo, sobre todo lo que constituye la vida, eliminando lentamente y sin dolor, el color y los contornos de las cosas hasta que se deja de ver a la mujer que se ama, hasta que ya no se ve al hijo que se esperaba alguna vez contando los días, hasta que ya no se ve los árboles en las plazas, ni los atardeceres anaranjados, ni la luz de la mañana y hasta que ya no se palpa el brillo por la existencia.

 Es por ello, que se viaja con el afán de devolver el referente original de las cosas que se han perdido. Es decir, el acto más trivial recobra todo su asombro y su sentido, revistiéndose de un cierto riesgo.

 Y todavía hay más motivos para viajar. Para otros, caminar es rezar. Y ¿qué es lo sagrado?. Lo sagrado es lo que estaba antes que viniéramos: las estrellas, los bosques, el delfín, los propios hombres estaban aquí antes que nosotros. Si se establece una comparación entre el texto del mundo y el texto de un libro, el primero es inconmensurablemente más rico que el segundo, ya que las respuestas deben leerse del mundo, del agua, del tejido, etc.

 Los monjes tibetanos estilan caminar de un santuario a otro por las montañas. Salen de un monasterio y unos días después entran en otro. Descansan y parten. En el camino no emiten palabras, ni siquiera elevan oraciones; No obstante, están rezando. Porque caminar es interpretar directamente del mundo, que es el texto sagrado. Y así van descifrando palabra a palabra, de la misma forma que el niño recorre la página con el dedo, palabra a palabra.

 Hay un bello relato de un gitano que siempre quiso ver las estrellas. En el se mezclan la emoción, el viaje y la aventura.


“GITANO DE NOCHE SE FUGA DE LA CARPA”
Diario Noreste, 1987.

 El invierno helado. Y en las orillas de la ciudad habían levantado el campamento los gitanos. La escarcha cubría las desteñidas lonas de la carpa. Junto al brasero, mujeres limpiaban esferas de cristal. Dormían los gatos sobre baúles de cobre. Los gitanos esperaban la noche bailando y jugando naipes. Pero el resto del mundo siempre estuvo afuera.

 ¡Demasiado lejos!

 Afuera de la carpa están las estrellas ¿Fue suficiente recorrer las calles de Santiago?. La madre de Nícola sacaba la suerte. ¿ Jugaron los caballos el domingo entre la multitud del hipódromo?. Vender autos usados con los paisanos. A Nícola no le bastaba. Deliciosas jóvenes tomaban sol recostadas en la arena en verano: era aburrido comerciar palanganas de cobre a orillas de la playa. El país estaba demasiado lejos.

 Afuera de la carpa estaban las estrellas. Estas cosas eran las que pensaba Nícola.

 La carpa no deja ver las estrellas. Nícola lo había decidido: se fugaría de noche. Iría lejos, al norte y al sur: Iría a buscar ese país que nunca fue suyo… Y Nícola partió una noche … Se colgó de un tren fuera de la carpa. Llegó hasta la isla de Chiloé. Fue minero y pescador fuera de la carpa. Se sentía bien, vivir conociendo llenaba su corazón de tesoros. El día era una tentación, eran peces de colores saltando desde el fondo del río. Luces de los pueblos y la arena en la noche brillaban como lentejuelas. Conoció el Morro de Arica, la portada de Antofagasta, los saltos del Petrohué. Recorrió en motoneta todo el desierto fuera de la carpa. Incluso entro a muchas iglesias comiendo barquillos. Hasta hizo el servicio militar fuera de la carpa. Un dieciocho se mandó una cueca bien zapateada en Curicó para que lo confundieran con huaso. Buscando el país fuera de la carpa, todas estas cosas hacía Nícola.

 Sólo a veces recordaba antiguos cantos y bailes.

 Un día de tanto viajar, Nícola recorría la Panamericana Sur en su viejo convertible, cuando una joven muy hermosa le hizo dedo a orillas del camino. La joven era estudiante: andaba de vacaciones. Nícola se dirigía a Puerto Montt: tenía un cultivo de salmones. La joven dijo descender de una antigua familia de Transilvania, que no existía mayor placer que viajar libres como los pájaros. Cada 20 kilómetros reclinaba su cabeza en el hombro de Nícola. La joven era hija de un famoso domador de circo. Entonces, también había pasado fríos inviernos dentro de una carpa. Nícola sacó el brazo del viejo convertible y se lanzó a correr a más de 200 por las curvas. Le gustaba sentir el viento. Los árboles pasaban como verdes túneles abiertos. Dijo que había sido piloto de Fórmula I, actor de cine en Malasia, cazador de serpientes fuera de la carpa . Le gustaba mentir un poco a Nícola. La hermosa estudiante se soltó el pelo ante el ataque del viento. A la altura de Temuco, Nícola estaba perdido en un sueño. ¿Habían recorrido juntos antes esa misma carretera en auto? ¿Antes incluso que se inventaran los autos cuando sobre la tierra pelada sólo viajaba el viento?. Llegando a Osorno todas estas cosas se preguntaba Nícola.

 La carpa no deja ver las estrellas. Extraños pensamientos salían del motor rugiendo y pasaban volando sobre el parabrisas del viejo convertible.

 “Mi sangre viene del lejano Egipto, de la bruma húngara y no soy de aquí”.
 “Y si siguiéramos de largo, sin bajarnos del auto, de largo hasta llegar a la Antártica” – le susurraba la hermosa estudiante. Nícola quiso dormir con la hermosa estudiante sobre los polos. Quiso atravesar los hielos, dar la vuelta al mundo en un trineo tirado por pinguinos. Salió la luna. ¡Cómo brillaban los cromados del convertible! Nícola dijo que su pueblo partía de viaje cuando los demás se quedaban, que era un lobo sin madriguera. La estudiante se bajó del auto y corrió a perderse. En las espesuras del bosque prendió una fogata. Que no buscara más le dijo Nícola; el país ya era suyo. En Valdivia se amaron dentro del viejo convertible.

 La carpa no deja ver las estrellas. El paraíso fue un viaje de vuelta. Nícola vendió en el sur su viejo auto convertible. En tren volvieron juntos a Santiago; la joven estudiante trabajó de trapecista. Nícola cortaba boletos en el circo de su suegro. Comía fruta tendido en una hamaca. Agradecía al cielo la suerte de contar con un trabajo estable. En días de invierno, comenzó a compadecer a los que vivían fuera de la carpa.
¡Qué feliz era la vida!. Sí engordaba como un toro. Pero hay noches en que las estrellas brillan y vagan por el cielo.

 “En Chile abundan los gitanos; el país estará siempre demasiado lejos”. Estas cosas le cuenta Nícola a su hermosa estudiante cuando todas las noches se fuga de la carpa.

 Hermoso cuento que representa a Nícola, un gitano apasionado por disfrutar la vida y recorrer otros mundos. No conforme con su vivir “aquí”, quiso buscar el allí, “la carpa no deja ver las estrellas”. No contento con el estado de las cosas partió una noche a lo desconocido fuera de la carpa, rompiendo la rutina de su vida e impulsado por el desasosiego traspasó su mundo enclaustrado para encontrarse con nuevas realidades fuera de la carpa. Sin proyecto definido y movido por la aventura conoció a una bella muchacha. “Y si siguiéramos de largo, sin bajarnos del auto, de largo hasta llegar a la Antártica”, le susurraba la hermosa estudiante. Y así Nícola es parte de otra posible respuesta de por qué se viaja.

 En definitiva, se puede viajar para regresar, para ver las cosas por primera vez o para recorrer el texto sagrado. Y se puede partir por muchas otras razones: para ratificar raíces, consolidar conocimientos, reafirmar cosas que se ha escuchado y visto, comparar, asimilar, conocer más. Ajustar el mundo personal a la realidad, a las exigencias de los demás. O quizás como dice el escritor español Ray Loriga: “Uno no sabe porque viaja. Uno se mueve porque no le gusta el lugar donde está, lo tiene aburrido la estupidez que lo rodea.
Libro Caído del Cielo, pág. 38: 1998.

 Se ha comentado las distintas razones que generan el partir, pero ¿Qué es el viaje?, ¿qué pasa después de consumado el viaje? y ¿cúales son sus principales características?



¿Qué es el viaje?

 Para el connotado pintor peruano José Tola el viaje es perderse. “Significa abandonar lo conocido y perderse en lo desconocido, es como descubrir una puerta hacia un universo nuevo. Es decir, desentrañar una serie de cosas que construyen una realidad que no es la que estabas viviendo un segundo antes de cruzar esa puerta. Ir a la luna o bajarse de la cama es un viaje. En resumen, viajar es perderse en la vida”
Entrevistas Diario Expreso de Lima, Sección cultural: 2000..

 En tanto, Ricardo Balarezzo, Montañista peruano, el viaje “es una mezcla entre placer y miedo. Cuando uno tiene que enfrentar una cultura distinta, un país donde no conoce nadie, no conoce las calles, ni maneja el idioma, es todo un desafío ¿cómo me irá?. Ese mismo temor, se transforma en parte del placer de enfrentar esta situación, que es como un cosquilleo en el estómago. Luego, el viaje, en sí mismo, tiene la magia de usar tecnologías como: subirse a un avión, usar trenes, usar barcos u otros elementos que no son de corriente uso y que causan atracción. También, se da el hecho que en el viaje se palpita la realidad, tiene la pasión del espacio mismo, el olor, el entorno, la relación con los objetos, los tamaños a diferencia de, por ejemplo, la televisión que te presenta una visión parcial del lugar. Por último, el viaje es el hecho de sentirse sólo y libre. No hay nadie que lo conozca, no hay nadie que lo va a controlar socialmente y es por eso que se atreve a hacer cosas que no realiza en su medio”.
Ibid.


En los confines del mundo.

 El poeta Cendrars que pasó el alma por todos los caminos, escribió en su biografía denominada “El Desesperado”, que el viaje evoca muchas cosas, pero sobre todo parece rimar con el peligro. El viaje es el símbolo de la aventura . Por eso, Colón es el gran arriesgado. En definitiva, el viaje es todo y la historia está surcada de naves.

 Quién más que Cendrars nos lega un bello poema de viaje en el Canto al Ferrocarril
Obras Completas, pág. 380: 1975. . Es el transiberiano que atraviesa las estepas rusas muy heladas. A bordo viaja el poeta que se arroja sobre los rieles:

“Ahora hago correr todos los trenes detrás de mí
Balí- Tombuctú.
También jugué a las carreras en Auteil y Longchamp
París- Nueva York.
Ahora hago correr todos los trenes a todo lo largo de mi vida
Madrid- Estocolmo.
Y perdí todas mis apuestas.
Sólo queda la Patagonia que convenga a mi inmensa tristeza, la Patagonia y un viaje por los Mares del Sur”.

 El viaje va antecedido; primeramente, por el magnetismo de ciertos lugares como “La Cuenca del Amazonas”, metáfora de la vida y de la muerte, “Machu Pichu”, reino del sol y de las cumbres y la Patagonia que invita y oprime. Luego, invade la imaginación y el sueño por esos paisajes y comienzan a generarse proyectos de travesías como el noruego Thor Heyerdhal que deseó atravesar los Mares del Sur en una balsa y en poco más de dos meses lo logró sufriendo hasta lo indecible. Entonces en el viaje, como en los cuentos de Julio Verne, esta implícito el concepto de aventura y riesgo. ¿Qué es la aventura?. Es una especie de resorte que nos hace levantar la cabeza y nos invita a salir de lo establecido, de lo calculado por la sociedad y más, nos interpela a preocuparnos de cosas más grandes que nosotros.

 El viaje, en estricto rigor, implica algún tipo de movimiento imaginario, material y espiritual. El ser humano al moverse vislumbra la incertidumbre, la soledad, el riesgo, la aventura, la travesía y la magia, elementos que en una sociedad pragmática como la que se vive en la actualidad no tiene cabida, ya que este tipo de entorno es esencialmente concreto, calculador y limitante que ofrece una temática de producir y consumir. Por lo tanto, el viaje circunda por una vereda diferente y acaso disidente del sistema, debido a que en ella esta inserto el concepto del cambio a diferencia del esquema social que es conservador, el no salir en definitiva.

 Si bien, el viaje presenta características y matices diferentes, tal vez si una de las fundamentales sea la aventura (que se refiere a lo no programado) y ésta enfila a lo desconocido, protegido por lo inaccesible. Testimonio de ello lo dan los descubridores y conquistadores en el nuevo mundo:

 “Orellana desciende por el río Amazonas en 1542: de los 30 soldados, 5 llegaron con vida a las ventanas del Atlántico. Vasco Nuñez sube al Monte de Panamá y ve los dos mares separados por una lengua de tierra. El navegante y poeta Walter Raleigh abre la selva y coloniza las Guayanas. Piratas Ingleses y Holandeses navegan los canales del sur. Pizarro con 100 hombres desembarca en las costas del Perú, ejecuta a Atahualpa y funda la ciudad de los Reyes. Velásquez hacia el paraíso de Cuba. Cortés desemboca en el Imperio Azteca y Moctezuma lo recibe en su palacio”.
Gonzalez, Crónicas del Nuevo Mundo: 1963


El viaje es revelar la condición de insatisfecho.


 El viaje presenta distintas características; no obstante, hay que hacer una distinción, a veces se confunde el viaje con el desplazamiento físico. Viajar es vivir el viaje, supone conocimiento, implica descubrir algo nuevo, vivir de manera auténtica, plena. En contraposición, el movimiento físico que también es salir, parte de la base que este tipo de viajero no va a ver nada nuevo, sino que va a confirmar lo que ya es.



Tipos de viaje.

 Está el viaje físico o material y en este rango caben los descubridores, exploradores, aventureros, investigadores, turistas, deportistas, etc. Hay también el que actúa como paisajista que recorre el mundo para ver otros paisajes diferentes al que tiene y el que actúa como sicólogo que es para encontrarse con alguna parte de él que esta pérdida y que en la condición de viajero debiera aflorar.

 Otros viajeros físicos e increíbles son Arthur Brendani, monje Irlandés, quién se dice fue el que descubrió América; Amundsen, Lope de Aguirre y Antón Guryieff que formó el grupo de los buscadores de la verdad, quiénes viajaron por todo el mundo escudriñando manuscritos, escritos antiguos, pergaminos, información que pudiera aportar hacia el encuentro de una verdad plena, absoluta.

 Hay otro tipo de viaje que no presenta desplazamiento, el espiritual, simbolizado en el poeta Portugués Fernando Pezoa Véliz, quién escribió “Vuelvo a visitar Lisboa” en 1926 sin haberse movido nunca de Lisboa, sin haber dejado nunca su oficina de contador en la cuál escribió todos sus poemas.

 “Quién ha cruzado todos los mares ha cruzado tan sólo la monotonía de sí mismo. Ya he cruzado más mares que todos. Ya he visto más montañas que las que hay en la tierra. He pasado ya por ciudades más que existentes, y los grandes ríos del mundo han fluído absolutos, bajo mis ojos contemplativos. Sí viajase, encontraría la copia débil de lo que ya había visto sin viajar”.
Poesía Completa, pág. 201: 1991.


Conquistando los puntos cardinales.

 El propio Julio Verne, quien hechiza con sus cuentos extraordinarios y de viajes, nunca se movió de su habitación para escribirlos. Famoso es también el poeta español Alvaro Cunqueiro, quién relató sobre viajes desde su tierra en Galicia, incluso fundó un periódico que se llamó el “El Faro de Vigo” con el delirante objetivo que los viajeros no se perdieran ni se fueran a estrellar contra su pueblo.

 El escritor Ray Bradbury nos propone una bella instancia de viaje en su libro ”El vino del Estío”
Obras Completas, pág 502: 1980.

 “Trataba de un viejo que estaba a punto de morir y que había viajado por todo el mundo y tenía amigos en casi todo los lugares de la tierra. El anciano tenía un teléfono al lado de su cama y cuando estaba ya en los últimos suspiros de sus días, empezó a llamar por teléfono a sus amigos y llamó a Vittorio a Venecia y le dijo: Vittorio, puedes poner el teléfono en la ventana de tu casa apuntando hacia la calle y el italiano como era su amigo le decía: Pero esto, para qué, te va a hacer mal, te va a poner melancólico. No por favor, necesito sentirlo y lo puso en la ventana y el viejo empezó a recordar de todo lo que había vivido”.

 Este es un viaje extraordinario, quizás si es el viaje más bello de todos, porque es hacia lo que aprendiste. Eso es lo que queda al final, no importa en que se viaje; Hasta en un avión te pueden pasar situaciones inesperadas como encontrar a la mujer de tu vida o algún grupo de liberación de Camboya.

 En la actualidad, no queda un solo pedazo de territorio por descubrir. Si un aventurero del pasado habitara hoy esta tierra, sentiría la asfixia de un mundo donde han desaparecido los límites para los conquistadores y exploradores.

 En este nuevo escenario, agravada por un cibermundo en que el “ahora” anula el “aquí, y en donde todos estamos en todas partes en este mismo momento, surge la pregunta: ¿qué tipo de expediciones o viajes conllevan un riesgo radical, un peligro y un desafío de las proporciones de las empresas de Colón o de Alejandro Magno?

 Tal vez, ya no se hable de recorrer grandes distancias geográficas; tampoco de descubrir ciudades perdidas o de la búsqueda de tesoros ocultos por los corsarios. Quizás, si ahora la aventura rime con pequeños gestos del alma que enaltecen el brillo por la existencia. Por ello, es que se rescatan dos viajes uno en Alemania y otro en Chile que nos muestran una nueva forma de viajar y recorrerse.

Travesía por Santiago
Diario Noreste, Marzo 2001.
 Corrían los años 50 en Chile. Un país bastante provinciano, lleno de convenciones y límites. Alejandro Jodorowsky era hijo de un comerciante judío del barrio Matucana. Por casualidad, en un encuentro conoció de vista al joven poeta Enrique Lihn, que declamaba sus versos con la melena al viento, como un Rimbaud criollo. Quedó impresionado con él, tuvo la impresión de estar frente a un genio, a un poeta maldito de verdad en medio de la medianía de Chile y la asfixia del pobre barrio Matucana.

 Decidió ir a conocerlo personalmente. Tocó el timbre de su casa y preguntó por él. Cuando el joven  Lihn apareció a recibir al desconocido , éste le dijo:
 Vengo porque quiero ser tu amigo.
 ¿Eres gay?
 No, soy poeta.
 Entonces, vamos a caminar – le dijo Lihn, pasándole un sombrero de pita de
su padre y llevando él mismo un bastón. Fue entonces cuando nació una nueva manera de viajar al interior de la ciudad. Lihn y Jorodowsky decidieron caminar en línea recta, sin detenerse en muros o puertas, hasta que anocheciera.

 Varias veces, tuvieron que pedir a una dueña de casa que les permitiera seguir su recorrido en línea recta a través del jardín. Cruzaron a pie por una pileta de agua, entraron en un jardín infantil, saltaron sobre un auto, se metieron dentro de un partido de fútbol de barrio, cruzaron la nave de una iglesia, siempre derecho, sin nunca abandonar la línea recta planteada como línea del viaje.


Jorodowsky: amante del viaje.

 Al caer la noche, y en los suburbios de la ciudad, cerca de la línea del tren , Lihn y Jorodowsky se sentían victoriosos en su propósito de cruzar la ciudad en línea recta sin nunca desviarse (hacerlo hubiera sido una traición o una negligencia imperdonable) para sellar así un pacto sagrado de amistad. Entonces, subieron arriba de un árbol y allí conversaron interminablemente, esperando el amanecer.


 El camino Múnich-París
Ibid.
 (Munich-París, 23 de Noviembre al 14 de Diciembre de 1974)
 A fines de noviembre de 1974, un amigo francés comunicaba al cineasta alemán Werner Herzog que Lotte Eisner, una mujer fundamental para el nuevo cine de su país, iba a morir de cáncer. Herzog respondió: “No es posible, no en este momento, no podemos permitir que muera”. Y, entonces, Herzog apostó al poder de los gestos radicales, desesperados, gestos titánicos, gestos en apariencia absurdos o delirantes, que pueden cambiar el mundo.

 Como Fitzcarraldo, que llevó la ópera a la Amazonia o trasladó un barco a través de una montaña, como Aguirre rebelándose en plena selva peruana contra el rey de España para fundar un nuevo imperio o una nueva utopía, Herzog decidió iniciar una caminata de Munich a París en pleno invierno, una peregrinación de amor, con apenas una brújula, una chaqueta y una bolsa provista de los mínimos enseres. Herzog estaba convencido de que si él hacía todo el trayecto a pie, Lotte sobreviría.

 Luego de concluída la titánica caminata, Herzog llegó a la habitación de su amiga, pero no le reveló que venía caminando desde Munich. Se trató de una aventura anónima, solitaria que apostaba por los gestos desmesurados, enteramente gratuitos. Aquí van dos fragmentos del diario que Herzog publicaría años después acerca de su caminata por la nieve.

 Lunes, 2-12-1974
 Bosingen-Seedorf-Sulgen-Schram-berg-Hohenschramberg-Gedachtnis-haus-Hornberg-Gutach

 Subí al Castillo por las cimas en lugar de hacerlo por el camino de abajo, bordeando el valle del Lauterbach. Sin previo aviso, aparecen las granjas de la Selva Negra. Y sin previo aviso, también cambia el dialecto. Seguramente en varias ocasiones he equivocado el camino, pero después, examinando mis errores, advierto que me han llevado por el buen sendero.

 En medio de la oscuridad sacudí la puerta de un establo iluminado: acompañadas de dos chiquillas de diez y cinco años, dos ancianas ordeñaban vacas. Al principio, la mayor de las chiquillas se asustó, porque, como luego supe, creyó que yo era un bandido. Me gané más tarde su confianza, y tuve que contarle historias de la selva virgen, de serpientes y elefantes.

 A un lado había un foso donde se corrompía un agua fría y cenagosa, y los restos de un automóvil con el maletero, las puertas y el capó abiertos. El agua llegaba hasta los cristales, ni restos del motor. Y qué cantidad de ratones. Por muchos que seamos, no tenemos ni la menor idea de cuántos ratones hay en el mundo. Una cifra increíble. Andan entre la hierba aplastada y sólo un caminante los ve. En los campos ya blancos de nieve, han excavado sus galerías, y su rastro sinuoso aparece donde la nieve está ya derretida. Uno acaba haciéndose amigo de los ratones.

 Más debajo de Fouday busqué un refugio para la noche. Todo estaba oscuro como un horno, húmedo, frío, y lo que es peor, tenía los pies dolorido. Me introduzco en una casa vacía, más por fuerza que por astucia, aunque me encuentre muy próximo a una vivienda habitada. Fuera, hace estragos la tormenta, y yo, quemado, vacío, extenuado, como sin sentido, estoy sentado en la cocina como un réprobo, pues es la única habitación provista de un postigo macizo, en donde puedo alumbrarme un poco sin que la luz se filtre hacia fuera. Dormiré en el cuarto de los niños, de ahí podré huir más fácilmente en el caso de que alguien habitara la casa y regresara. Me emborracho con una botella de vino comprada en la última etapa del viaje. De tanta soledad, ya no me funciona la voz, sólo podía algo como piar, pero no lograba timbrarla. ¡Cuántos aullidos y susurros en torno a la casa! Braman los árboles. Mañana tendré que partir con las primeras luces, antes de que lleguen los albañiles. A las tres de la madrugada me levanté y salí a la pequeña terraza. Afuera, tormenta y nubes bajas. Sentimiento de completa inanidad. ¿Estará viva aún Eisnerin?

 5-12-74
 Delante de mí, un arco iris me colma súbitamente de loco optimismo. ¡Qué signo maravilloso, delante y encima del caminante! ¡Caminar! Todos deberíamos hacerlo.

 14-12-74
 Al amanecer, alcancé la periferia de París. Pero los Campos Eliseos se hallaban todavía a una media jornada de marcha: y lo hice a pie, con unos pies tan cansados que ya ni me daba cuenta de mi caminar. Un hombre quiso cruzar el bosque y nunca se lo volvió a ver. Un hombre se paseó sólo con un gran mastín por una playa inmensa. Una crisis cardíaca lo abatió, pero como llevaba la correa enredada en la muñeca, no tuvo más remedio que seguir avanzando, porque el perro estaba nervioso y quería correr. Un mendigo ciego tocaba el acordeón, protegido por una manta a rayas recogida hasta la rodilla. La mujer que lo acompañaba pedía limosna con un platillo de aluminio.

 Me queda por añadir lo siguiente: fui a ver a Eisnerin. Estaba aún extenuada por la enfermedad. Seguramente alguien le había dicho por teléfono que yo había venido a pie, yo no quería decírselo. Estaba molesto y deposité mis piernas doloridas sobre la segunda silla, que ella me había acercado. En mi turbación, una palabra acudió a mi mente, y puesto que la situación ya era de por sí extraña, se la dije. “Juntos –le dije- coceremos un fuego y detendremos los peces”. Entonces, me miró con fina sonrisa, y puesto que yo sabía que era de los que caminan, y desamparado por tanto, me comprendió. Durante un breve y delicado instante algo muy dulce traspasó mi cuerpo agotado. Le dije: “Abre la ventana, desde hace unos días puedo volar”.



Esencia

En la película de Federico Fellini, “Amacord”, había una frase que estaba colgada en la nave de los locos que decía: “Vivir no es necesario, viajar es necesario. Y hay otra del escritor alemán Herman Hesse que afirmaba “El sólo pensar en el viaje es dejar a traslucir la condición de insatisfecho”.

 El viaje es el eterno recorrerse, la historia es un mosaico de acontecimientos que se deslizan interminables a través del tiempo. Cada célula de nuestro propio cuerpo nace, crece y muere en un proceso que se repite vertiginoso. Todo nuestro ser es invitado, interpelado al viaje. El hombre nace inacabado, incompleto, involutivo, está en un continuo construirse, realizarse hacia un horizonte que se despereza pleno sobre los paisajes aflorados de cada ser humano.

 El viaje está cargado de alas, del mañana, de la tierra prometida simbolizada en los sueños, los anhelos, las quimeras y los ideales que arrojan a la persona al camino de la existencia y en donde este mismo sendero tiene muchas bifurcaciones, huellas y rastros escarpados que conducen al hombre por increíbles amaneceres o terribles tormentas que lo hacen desistir, desmayar o aferrarse a esa fuerza inagotable por trascender.

 Desde el principio del tiempo, cuando el “Homo Sapiens” fue capaz de levantarse y caminar erguido por las tierras altas y mirando las estrellas pudo darse cuenta de lo que había transitado y se sintió contento de enterarse que podía llegar a lugares recónditos e insondables y luego correr a toda velocidad, contra el viento, para sentir la frescura de la noche inocente y para mirar al borde del camino y extasiarse de su gran hazaña, después de un largo viaje. Todo triunfo del hombre es precedido de un gran viaje por estepas o galaxias y esto supone corazones de primera.

 ¿Qué quiere decir corazones de primera?. Vivir la vida intensamente. Experienciar el viaje con energía, tesón y esfuerzo. Significa no perder la magia por este imán desbordante. Así como Ulises y sus marineros fueron atrapados por el canto de las sirenas: imposible de evitar, penetrante, humano y divino. El hombre tiene que cautivarse por éste y tener la convicción de mil caballos que una realidad mágica se puede hacer presente en la tierra

 Por eso la vida, invita a todos los soñadores del mundo, alquimistas, aventureros, faroleros, exploradores a internarse por la ciudad encantada que es el viaje a abrir sus deslumbrantes puertas y quizás arrojar una flor a la tumba de los primeros caminantes que mantuvieron el rumbo en medio de la neblina y que nos mostraron que la quimera y la ilusión de ir más allá es absolutamente posible.

 El viaje es aventurar e imaginar, Colón soñó que América podía ser el paraíso y junto a su marineros, en las carabelas, navegó el océano inmenso y en las velas se refugiaron sus luminosos pensamientos. Los días transcurrieron; sin embargo, avanzaron felices por las aguas. Viajar es como nadar en las playas del encanto o aproximarse a costas jubilosas. Viajar es mostrarle al inicuo y al pragmático que aún hay flores en las calles, que si se vuelve a conquistar la aventura, el asombro, el riesgo, la travesía y la inocencia nuestra tierra no seguirá sumida en el mundo de las sombras.

 El viaje es convencer al hombre que tiene un lugar junto a los dioses. El sol ha dormido mucho tiempo, pero sus rayos mágicos volverán a brillar por sobre el inmenso estancamiento y el desgano de no querer cambiar ni moverse.


Conquistador de los polos.



Nadie levanta estatuas a los viajeros

 “Nos sentimos la envidia de Dios, porque nos llaman la generación perdida. Usamos el pelo largo y botas de leopardo. Instalamos bares atendidos por mujeres que bailan desnudas en el fondo de un acuario. En bancos suizos depositamos las ganancias. Dejamos los mejores años, los dorados años en fronteras. Pero de vuelta nadie salió recibirnos. Nadie levantó estatuas en el pueblo. Y nos fuimos a las residenciales a esperar una carta de Oriente. ¡Somos el viento que barre ciudades del desierto!. Hermanos: finalmente estamos perdidos, pero detrás del mundo hemos construido un nido”.
Diario Noreste: 1989.



Gonzalo Peña.
Es periodista y tiene una Maestría en Antropología y Desarrollo, ambos estudios efectuados en la Universidad de Chile. Trabaja en la Revista Expresión Autónoma y como coresponsal del Diario Horizonte (República Dominicana).