Elegía al loco triste del Mercado Alcalde
Miguel Reinoso



Por fin escribo para denunciar que hay seres desconocidos que pasan frente a mí:
Un hombre semejante a la sombra de todos.
Desconocido en el registro en el nombre, la esperanza no le es más que un lunar
         en la nariz que levanta el espanto, el rancio trigo de la desconfianza.
Sin nombre se es menos que espantajo, hermano en la cofradía de los innombrables:
Se es un fantasma de Carterville sin un perro, un buen sin apellido en alguna lápida
         en el Panteón de Belén
.
Sin embargo, hay desconocidos que pasan frente a mí y con la mirada me nombran
         su hermano de sangre.

Nada común,
la ropa sucia de melancolías lo sustenta contra la infamia de miradas que lo ignoran.
Si al loco triste del mercado Alcalde gloriosamente se le duerme la mugre en las
         banquetas,
yo me acuesto con él y vigilo que nadie le rompa un timón o el polen blanco
         que diminuto le crece en la caspa.
Tiene tanto de rey desesperado, de músico de Saint-Merry sin flauta ni luna.
...Qué mala suerte tienen hoy los marginados, ya no son pastores ni bautistas
         que revelen algún aceite para investirnos el día.


Bastante orden pide el tiempo a los ordinarios:
Recuerdos perfectamente sellados y calibrados para que la sombra no pida cuentas
         ni de manos ni de zapatos.
Sin cumplimientos ni lamentos -simple agua de caminante- no hay moneda alguna
         de la decisión.
De Izquierda a derecha, cobra o leopardo, poco importa si Norte o Sur.
El más hermano de la mugre -sol oscuro de la zona centro-
se extiende en el limpiabarros del suelo sosteniendo una luna melancólica en la mano,
         luna tan espejo como lámpara o piedra de locura anidada en la cabeza;
y se mete al bar de la esquina entre las calles de Herrera y Cairo y Belén
y se pone a beber y huye y se pone a beber y se transforma:
La tristeza tiene un sabor a frutas y alcohol, a rosa ungida en la mano de las putas,
que sólo con ellas huye bebe y se transforma sólo con ellas huye bebe y se refugia.

...Y yo, lo admito, ni músico de Saint-Merry ni loco del mercado Alcalde,
soy hombre tan común igual a todos que gasto mariposas y medias lunas irrisorias,
o me duermo de a mentiras en alta noche en el parque de San José esperando la venta
         de esferillas navideñas,
o me dejo crecer la barba para saber que ya no estoy triste sino confuso de ser triste
         como el monóculo de los obreros como el sueldo de los maestros.
Entre Norte y Sur, entre Oriente y Poniente, en el cruce de Juárez y Alcalde
         está el punto de confusión.


Mejor me regreso al bar, ahí la ausencia es una muchacha bien nacida
que tiene el procedimiento exacto para estar presente en la titilante voz de los hielos.

Aquí, sí aquí,
sé que en Guadalajara siempre he de llevar un mascarón sin esperar que la primera
         luna de primavera se vuelva carnaval,
y el mascarón.,¡Mirad el mascarón!, en el soft parade de Guadalajara a New York.

Y veme aquí más aburrido que la carne cruda o el espejo idéntico a sí mismo.
Fumo como un hipócrita e, higadito que soy, bebo el agua oxidada de los tímidos.
Sé que trabajo no por mis piernas de profesor gemido ni por cobrar unas pezuñas,
         unos ajos en cero en el talón de mis cheques,
sino por el sueldo suficiente para divertirme o aburrirme con mis sorderas etílicas
-extraño Tiresias jugando con péndulos cuando sabe la frontera de la respuesta.
Trabajo y escribo,
por eso puedo predecir con seis monedas junto al ciego de Belén y Acuña
que no he guardado nada digno de verse más allá de algunos muertos,
de unos cuantos desencantados que se ríen de mí porque ellos sí murieron jóvenes.

Sano y compartido,
la comida que me dejó el nagual la he repartido con la sombra del perro,
con el parecido a mí mismo, con el que cobra las esmeraldas en cero,
con el que aun en la desgracia bebe el agua en el ombligo salomónico de Onfalia.
De todo proceso sale un pan del horno:
Para transformar lo viejo -ay de mí que ya no me reconozco- me requiere vomitar
         todos los remedios, toda la barba en retirada
antes que lo identificado se me parezca más a lo que estoy dejando.
Sano y compartido,
a quienes me dieron el pan de su boca los he retribuido con la esfera viva de la
         palabra.

Ciego que estoy,
tengo un astro quebrado en la mano por eso soy tan lúcido e incompleto.
A nada me debo, con mi letra pago -insisto-, por eso soy hombre que le deben
         y todos le faltan.

Mejor me palpo, no está quien es ausente y me crece en fórmulas de sed y alcohol.
Mejor me entrego al movimiento ajeno, a la hermandad del loco triste
         del Mercado Alcalde.
La banqueta es casi todo el mundo -la precisa cuna de los huesos.
Delimito mi espacio y me tiro a dormir.



Miguel Reinoso.
Guadalajara, México. 1957.
Maestro para el sustento y sus afectos de mal vivir: leer y escribir poesía, escuchar música, vagar en las altas horas de la noche para encontrar por encontrar entre barras y calles, entre hielos y gente. Ha obtenido el premio de poesía “Alí Chumacero” 1998, que otorga la Fundación Álica, de Tépic, Nayarit; y el Premio Tijuana de Poesía 2002. Tiene publicados los poemarios “Telubrio” y “El hombre de los faros”. Ha participado en revistas culturales como Transhumancia, Juglares y Alarifes, Luvina, Novun, La Tarea; fue antologado en “Estela por el olvido”, ha participado en revista eletrónicas como Argos, Cafe express, Caja de Letras, y otras. Estudió en la Normal Superior de Jalisco, es egresado de la licenciatura en Letras, de la Maestría en Literaturas del Siglo XX, ambas por la U. de G.