Retrato del poeta adolescente, o del "animal lluvioso"
Adriano Corrales Arias



 “Grito para que me oigan en épocas / dobladas como bodoques/ y puestas como cuñas en los resquicios del tiempo (&...;) Animal lluvioso me declaro/ seguro del sol /que un día nacerá de mis pálidas gotas". Así se presentaba, con su poesía, David Maradiaga. Y así lo recordaremos siempre: poeta de una vida intensa, “animal lluvioso” de una muerte trágica, nunca esclarecida.

 Esa dicotomía ha dado paso al mito, desdibujando en mucho su poesía perdida u oculta, casi inédita, siempre dispersa, por lo tanto poco leída. Pero detrás del militante, del ecologista, de ese animal perennemente lluvioso, se disimula una poesía fresca y actual que hace del poeta rebelde un lenguaje entre tierno y oscuro, una mezcla de lírica, grito, rabia y niebla cotidiana, pero siempre conectada al hombre y a la naturaleza.

 David Maradiaga había nacido en Managua, Nicaragua, en noviembre de 1968. Tenía 26 años en julio de 1995, cuando “desapareció” después de una buena fiesta en uno de los tantos bares de la Calle de la Amargura en San José, Costa Rica. Había leído, bebido, fumado, inhalado y escrito mucho; publicado poco. Por esa razón muchos aparecen como sus compañeros de viaje y se presentan como editores incomprendidos, consejeros olvidados, amigos marginados, maestros anónimos del bardo. Pero son pocos los que verdaderamente lo conocieron en su nocturnidad, ínfimos quienes hoy lo leen.

 David fue el vidente iconoclasta de una generación de jóvenes aspirantes a escritores que mientras desacralizaban a Jorge Debravo, exhumaban a Eunice Odio, deseaban a Ana Istarú y condenaban a Laureano Albán; a golpe de versos y humaredas, tomaban por asalto los bares y cantinas de la ciudad. "Las generaciones pasadas y reconocidas, han dejado únicamente una poesía costumbrista, pudibunda y a veces snob, que poco o nada ayuda al desarrollo de una posible nueva poesía", contestaba Maradiaga, a los 18 años, en un cuestionario de la revista literaria Andrómeda. En esos días del “Lobo Púrpura”, lugar de encuentro de los “andrómedos” y de una legión de escritores, artistas y trasnochadores de la esperanza, ya era un participante fundamental de la intensa actividad que llevaron a cabo grupos y talleres de poesía desde principios de los años 80 hasta mediados de los 90: en el Taller de Poesía Libre de la Universidad Nacional; en Poesía Activa con el Taller Eunice Odio; en las revistas La Torre de Babel y Kasandra; en el colectivo literario Octubre- Alfil 4, y en infinidad de cofradías (como Hechos y Palabras), lecturas, encuentros de poetas y bares donde se bebía, se recitaba y se escribían poemas casi como por venganza.

 A los 16 años llevó a la revista Andrómeda, uno de los proyectos editoriales más definitorios de la época, sus primeros poemas. "Lo presentaron como el Rimbaud centroamericano. Recuerdo que a los que estábamos presentes nos pareció de mal gusto aquel preámbulo", recuerda Alfonso Peña, director de la publicación. Al poco tiempo, Maradiaga se convirtió en decidido colaborador de la revista. "Me interesó la veta no complaciente de su creación. Las conexiones que su poesía tenía con los poetas beatniks y sus ramificaciones con la literatura negra, surreal, maldita. Era frecuente verlo acompañado de Los Cantos de Maldoror, Una temporada en el infierno, Las flores del mal, El Aullido, Sade, Bukowski, Artaud, Verlaine, Lovecraft&...;Era un enardecido del lenguaje, fuerte, macizo pero a la vez lleno de belleza. Para nada le interesaba la poesía 'perfumada' y seudo revolucionaria que se hacía en ese momento por Centroamérica", dice Peña sobre el poeta adolescente embrujado por quienes se debatían entre el arte, la vida y la muerte. En su poesía aparecen la magia de René Char y la profundidad de Ezra Pound; la tierra baldía de Eliot y las huellas de Jacques Prévert, Saint John Perse y León Felipe; la ciudad como protagonista alejada de los bosques y sus habitantes pero con los malditos del rock: Jim Morrison, Jimmy Hendrix, Janis Joplin. "Esta militancia del poeta con la preservación de lo vital no es cosa de hoy, ni de anteayer, es una gestión de siglos en la que [participaron] espíritus de la talla de Virgilio, Lucrecio, Whitman, Goethe, Emerson, Thoreau, el jefe Seattle, toda la pléyade de artistas ingleses del romanticismo (&...;) Hay un lugar para el artista, un lugar que no debe jamás estar vacío, en la construcción de un futuro donde el hombre halle a plenitud su dignidad", escribía Maradiaga en la introducción a la antología poética, Dejen al sol brillar, una operación literario / ecológica, que compilara en 1992.

 En 1991, su libro Música de Animal Lluvioso ganó el III Certamen Internacional de Literatura Joven Juan Ramón Molina, pero nunca fue publicado. Ese poemario, junto a Pasos en la madrugada, Canción del extranjero y algunos poemas adolescentes que amigos y familiares lograron ubicar, se convirtieron en Música de animal lluvioso y otros poemas, publicado después de su muerte, en 1999, en una edición no comercial del Departamento de Publicaciones del Ministerio de Cultura, supervisada por el poeta Alfonso Chase y el editor y también poeta Guillermo Fernández.

 El 13 de julio de 1995 lo vimos partir por última vez. Viajaría a su país natal al día siguiente, pero, sin avisarnos, se adentró en la selva y su lluvia perpetua. AECO, la organización ecologista donde desplegaba sus formidables dotes organizativas, inició una campaña de denuncia a nivel nacional e internacional, y el 4 de agosto el Organismo de Investigación Judicial confirmó que había sido encontrado un día después de su desaparición en el Parque Los Mangos, con un "paro cardiorrespiratorio debido a altos niveles de alcohol", e ingresado a la morgue judicial esa mañana. Repetidas veces, durante ese lapso, en la morgue negaron tener allí su cuerpo. Diez años después, las razones de su trágica muerte no se han despejado, pero continúa lloviendo bosque adentro.



Adriano Corrales Arias.
Escritor costarricense. Ha publicado las novelas Los ojos del antifaz (1999) y Balalaika en clave de son (2005). Los poemarios Tranvía negro (1975), La suerte del andariego (1999), Profesión u ofico (2002) y Caza del poeta (2005).