La segunda Edad Media
Jaume d'Urgell



            Leo en el periódico, que tres mujeres han sido decapitadas en la región central de Indonesia en el transcurso de un ataque de integristas islámicos contra estudiantes que acudían a centros educativos para cristianos. Los pormenores del brutal atentado rebasan nuestras peores pesadillas: dos de las testas han aparecido lejos del lugar donde ocurrieron los hechos, frente a una comisaría de policía; la tercera, fue depositada ante la puerta de un templo católico. Y no es ficción cinematográfica, es la pura realidad.

            Es un caso más de lo que últimamente se ha dado en llamar terrorismo, antítesis de la -democracia-, otro vocablo sin raíz en esta maceta en la que habitamos seis mil millones de termitas.

            No entraré en disquisiciones lingüísticas, pero, digo yo que esto no es un caso de terrorismo -entendido como el recurso a la violencia para conseguir fines políticos-. Simple y llanamente, nos encontramos ante un crimen detestable; el resultado lógico y previsible de un cocktail de incultura, propaganda política, miseria y odio religioso.

            Y todo esto me llevó a pensar en lo extemporáneo que un acto de estas características resulta en pleno 2005. Que además, no se trata de un hecho aislado -no al menos desde un punto de vista estadístico-. Es incluso normal. Ahora, estas cosas pasan a diario, y -con ser grave-, no es de lo más grave que ocurre (expresado en número de bajas).

            Todo eso me lleva a especular que, en realidad, el nivel de sofisticación socio-cultural que cabía esperar de la Civilización contemporánea está sobrevalorado. Haciendo un ejercicio de sinceridad intelectual, sería más razonable apuntar que nos encontramos todavía anclados en el pasado... sí, sin complejos: vivimos en la Edad Media Ultrabaja.

            La Transición no ha existido. No la niego yo, la niegan los hechos. Y no me refiero al proceso político de desarticulación pacífica de las instituciones franquistas... no. Hablo del Renacimiento, del Siglo de Oro y toda esa basura... es todo falso. Seguimos en plena Edad Media.

            No es una afirmación baladí, ni tampoco un recurso a figuras retóricas más o menos elaboradas, para adornar una de las incendiarias arengas a las que nos tienen acostumbrados ciertos políticos... no. Lamentablemente, es la consecuencia razonada de un proceso de percepción y análisis crítico de la realidad:

            Vivo en un país cuyo nombre oficial -el de verdad- , es: "Reino de España". Los pregoneros, bufones y trovadores -que hoy utilizan televisores para difundir su mensaje-, no paran de contarnos cuentos de príncipes y princesas, que viven felices, en maravillosos palacios construidos con cargo al erario público. Las entidades políticas que conforman la península al sur de los Pirineos, siguen enzarzadas en inútiles batallas cuyo fin no es otro que el de mandar más tiempo y sobre más territorio, a cualquier coste. Los brujos del credo más numeroso siguen interviniendo en los asuntos de la vida pública; portavoces del miedo, supuestos representantes de sus ídolos -únicos y verdaderos-, máxima expresión del inmovilismo... y por supuesto, siguen comiendo in trabajar. Tenemos ejércitos -todo el mundo los tiene-, porque los ejércitos de los otros son nuestro enemigo, como el nuestro lo es de los demás... también tenemos legión -y cabra-. Seguimos teniendo la peste, y en lugar de destinar nuestros esfuerzos a la investigación científica, seguimos tratando a nuestros pacientes como apestados. Tenemos colonias -todavía-, aunque hace ya tiempo que los hombres de gris inventaron el concepto de la expoliación: nueva forma de dominación política, socio-económica y cultural... a distancia. Mantenemos alianzas militares -como antaño-, solo que ahora las llamamos humanitarias. Seguimos matando a quienes se atreven a cruzar las fronteras con las que nosotros les cruzamos ellos. Seguimos matando, encarcelando, comprando y silenciando a los cronistas que nos incomodan. Y la Historia... la Historia la siguen escribiendo los de siempre.

            Mientras, en la calle Montera, decenas de niñas consienten en ser violadas a cambio de 30 euros. Mientras, en alguna parte, un chaval de 14 años hace un cambio de guardia. En alguna parte, alguien fabrica minas antipersonal con forma de muñeca de trapo. En alguna parte, alguien asiste a una feria internacional de embarcaciones de recreo. Mientras... inventamos y mantenemos fronteras, para que nuestras instituciones puedan olvidar que hay personas que no forman parte de la comunidad... que la cosa pública no incluye a todos.

            Erigimos tabúes entorno a nuestras mentiras sagradas... igual que los niños, los adultos convivimos con reglas inventadas. Mentiras comunes, que nos permiten seguir jugando. Escribimos declaraciones universales que de nada sirven y mientras... todo sigue igual.



Jaume d'Urgell.
Escritor e Ingeniero Informático. Reside en Madrid, España.