el combate
ricardo mena cuevas




Nosotros pensamos, no si la teoría del cosmos
afecta a las cosas, sino si, al final,
el resto de las cosas la afectan.


G.K. Chesterton, Ortodoxia.


                    Nos hacemos adultos cuando comprendemos una parte de la gran verdad de esta vida--que desde que uno nace, uno comienza a morirse. El resto de nuestras vidas consiste en recuperar esa infancia perdida, a la cual volveremos cuando hayamos adquirido ese romanticismo y esa credulidad propia de los niños; me refiero a que uno volverá a nacer cuando encuentre la otra pieza del puzzle de la vida, escondida en cada jardín de infancia bajo el peso de los recuerdos. Y es que la otra parte de la verdad de la vida consiste en que, si bien al nacer comenzamos a morir, al morir uno vuelve a nacer. Por esa misma razón, el poeta romántico Wordsworth canta la verdad cuando dice que "el Niño es padre del Hombre".

                    Pues bien, el problema de nuestro tiempo es que ya nadie cree en los cuentos; la gente ya no emplea el tiempo en leer y soñar--porque es una pérdida de tiempo; porque emplear el tiempo en imaginar, soñar y luchar por un mundo mejor supone ser un idealista, un romántico, un iluso; hoy, señores, ser un hombre que acepta una explicación romántica de la creación significa lo mismo que ser un caballero andante, un iluso con armadura y rocín flaco, pero sin galgo corredor como amigo, porque te muerde.

                    Herederos de un pasado existencialista, relativista, ateo y materialista en el cual se define a Dios como ese velo con el que el Hombre se protege de la angustia que le supone el vértigo de su total soledad y libertad en el mundo, al Hombre se le define como pura conciencia "en sí" y "para sí", como un ser en el que "yo soy yo y mi circunstancia". De esta forma, a la idea de que esta vida es un camino en el cual no somos más que peregrinos en tránsito, como propugnara el prerromanticismo de Goethe del siglo XVIII, le sucede la idea del realismo naturalista de Zola en el siglo XIX y del existencialismo esgrimido por Kafka, Sartre y Camus en el propio siglo XX, en donde la idea que se tiene de la vida es la de un páramo infernal definitivo, desolado, en donde el Hombre vaga desorientado.
Hoy vivimos rodeados de ciudadanos dentro de un permanente estado de sitio científico y materialista ordenado por su Estado servil--y democrático. El ciudadano se siente hoy enajenado, oprimido, alienado, en constante estado de supervivencia, olvidado, un sentimiento parecido a aquel que sentiríamos si entráramos en nuestro Congreso de los Diputados, pues una vez allí repetiríamos los versos de Dante de que-

A mitad del camino de la vida
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado.

                    El Hombre moderno, ese perpetuo extranjero al que no le importa nada porque se reconoce nada, nulo, conciencia pura y relativa, ese Hombre divaga por el páramo de nuestras ciudades a diario; un ser sin alma y sin luz, asolado por la náusea y la peste, ese ciudadano acepta que su muerte segura y definitiva sea, al menos, digna; su alma inmortal, ese núcleo romántico de las gestas del pasado, ha sido extirpada y amputada para colocar una prótesis mecanizada que lo esclaviza y lo ata a la máquina. En palabras del prerromántico William Blake, el Hombre moderno vive hostigado por filósofos y políticos, todos ellos-

Sacerdotes que en negras sotanas seguían sus senderos,
Y ataban con zarzas mis alegrías y deseos.


                    El espíritu europeo de nuestro tiempo es la apatía por la vida; como una peste, este espíritu democrático del Estado servil se queja impasible, consciente de su inconsciencia, de su cobardía, de que las revoluciones son gestas románticas de un pasado que sólo se lo creen los idealistas; un espíritu de "náusea" es éste, en donde nuestro Hombre tiene la impresión de que es indiferente y fútil el ser de las cosas que le rodean y el suyo mismo: que no hay ninguna razón para ser y existir. Permítanme definir al existencialismo como esa ausencia de fe que rodea a nuestro Hombre moderno "como la cuerda a la garganta. El mar al que se hunde".





ricardo mena cuevas
Sevilla, España.