Pepita la pistolera
sergio sebastián altamirano




     Aunque el titulo nos adelante quizás demasiado de la historia no sabemos como empezó todo, pero podemos sin embargo rastrear algunos datos que nos brinda la prensa, aún cuando no va a pasar de dos sueltitos para llenar una página de diario. Las entregas especializadas en crímenes no se interesaron por el caso.

     De los dos artículos, uno, muy escueto, aportaba datos del asalto, muy pocos, un colectivo, una noche, otras cosas obvias. No quiero entorpecer el relato, tan solo diré que el autor del sueltito resulto ser un tal Juan Gallo.

     Parco, aburrido, entrando a viejo, no se acordaba. Me hizo pagar dos cafés, el primero para decirme que no sabía nada en absoluto y sembrar una sospecha grosera: sé algo pero te va a costar otro café.

     Una semana después, el tiempo que le tomo acordarse, me trajo el teléfono de un colega suyo de policiales, solo que a aquel otro le gustaba el trabajo. A Gallo no quería verlo más, creo que su parquedad era un contagio del oficio entre policía y alcahuete. Con el tiempo pensé que me citó dos veces porque estaba muy solo.

     Lo que me dijo ayudo bastante en la pesquisa, no conseguí datos precisos pero si una puerta de entrada en el misterio. Ella, posiblemente Josefa Desiree Ramírez, posiblemente menor, convivía con un NN, alias matungo.

     Esto es más o menos lo que decía una hoja que me entrego este otro tipo, al que llame por teléfono la mañana siguiente de conseguir el número. Cuando le expliqué el asunto se mostró amable, conversador. Luego de un tiempo que me pidió para acordarse (el tiempo y el recuerdo parecían casi una cuestión sindical) la charla no fue la misma. Lo escuché molesto y desganado. Tan solo con un tercer llamado me prometió algunas pistas que me alcanzo luego en un café, a las apuradas, escritas a maquina y sin firma, sin membrete, nada. Las dejó y se fue, apurado, sin darme la mano, a las corridas.

     Es un medio en que las preguntas molestan; cuando los periodistas se introducen en los ámbitos del crimen deben cuidarse las espaldas, según creo. No es como opinar de fútbol o teatro, ellos opinan de gente que anda armada y eso cambia las cosas.

     Retomando lo que nos interesa, de a poco iba yo y ahora de a poco van ustedes completando las líneas de personas que ocuparon hace ya demasiado tiempo un pequeño espacio de la sección policiales del diario, un espacio menor en la televisión, un comentario al pasar antes de ir al corte.

     Lo que mas me preguntaba era la edad. Cuántos años hacen falta para ser una joven, para que digan de alguna chica que es “una joven”. Por fuerza son más de quince años aunque no creo que sean más de veinticinco. Porque en ese caso dirían señora o señorita, o lo que sea, pero no una joven. Estoy convencido que tenia entre 18 y 22, no se por qué motivo.

     Un policía que se acordaba de un caso parecido (podría ser nuestro caso) me dijo que tenia 19, que era morocha, de tez trigueña. No me anime a preguntar que quería decir con trigueña, no sé si por ocultar mi ignorancia o por qué otra cosa, habré pensado seguramente que alguien más me podría sacar las dudas.

     El cabo Sánchez era simpático, quería ayudarme y me pedía siempre que lo nombre en la historia. No fue fácil conseguir un policía dispuesto a contarle cosas a alguien que dice escribir un cuento sobre un hecho policial sucedido hace meses. Los casos de este tipo interesan a muy poca gente, es algo que sabía y que ellos en la seccional me repetían todo el tiempo, un poco para decirme delicadamente que no les interesaba cooperar. Otros me decían que había secreto de sumario y que los informes que se habían labrado eran confidenciales, etc. Nadie quería meterse. En vano les explicaba que se trataba de un cuento, que en nada podía molestarles. Los incansables relatos de la corrupción policial me hicieron el trabajo casi imposible.

     Pero Sánchez me abrió las puertas, le gustaba leer aunque nunca había leído nada mío. Pensándolo seriamente su entusiasmo por mi trabajo instala la duda de si lo que me contó no era fruto de ese mismo entusiasmo.

     De a poco la historia de Josefa se fue haciendo audible, lo que en un principio era un susurro ahora sonaba como una melodía no tan lejana, como una música que nos llega de la casa de un vecino, cuando podemos decir de qué canción se trata pero no podemos entender la letra. Así empecé yo a escuchar la historia de esta Josefa, Jóse, sin entender mucho los detalles, solo lo más básico, lo más destacable para la policía. Empecé también a llenar los espacios en blanco, los míos, los que me impulsaban a conocer más, a preguntar; y los de la prensa, aquellos que no habían aparecido en los sueltitos ni en el informe que me facilitaran.

     En toda mi vida he hecho un solo viaje a la villa Siburu, no por desidia ni por desinterés, solo porque no hay nada que me lleve hasta allí, ni trabajo ni amistades, nada. Mi único viaje fue por un dato impreciso, de Sánchez. La abuela de Jóse vivía por allí. Pero no resulto cierto, o por lo menos no conseguí dar con la mujer. Por supuesto el cabo no me dio demasiada información. Que se llamaba también Josefa, que se ganaba la vida haciendo empanadas y otras cosas, creo que pastelitos. En el barrio no encontré la dirección, casi diría que tampoco encontré la calle. En un almacén no pudieron decirme gran cosa, salvo que una mujer ofrecía empanadas los sábados para el domingo, no sabían el nombre. Luego de seguirle los pasos la encontré. No se llamaba Josefa sino Marta y no había escuchado jamás de mi Jóse, ni de la abuela. Me ganó el desaliento y no volví más hasta allá.

     Lo que me molestó fue la certeza de saber que la gente del almacén o las otras personas que interrogué aquella vez conocían a la abuela que buscaba, pero la escondían por las dudas. Nadie se creía la historia del cuento. Todos pensaban en cobradores (eso creo) o abogados o fiscales curiosos tratando de hacerle la vida mas difícil a la pobre vieja. Hasta Sánchez mismo debió pensar así, por eso no me dio la dirección exacta, por eso me retaceaba la información sobre la chica. Un día que tenia 19, otro que era morocha, que tenia un novio que le decían matungo. La lentitud de las cosas me desesperaba, a pesar de sentirme cerca, quizás era esa mima cercanía la que me molestaba.

     A pesar de todo tenia algunas certezas. La persona que buscaba era Josefa, lo confirmaba el apodo del novio, dos personas me habían dado el mismo dato.

     Aunque faltaba mucho estaba mas cerca, tenía todo lo que la policía podía aportarme, nombre, edad, identikit. Tenía otros datos como el nombre del novio, sabia de su abuela y del barrio donde vivía. Faltaban también muchas cosas, faltaba el por qué.

     Si había costado rastrearla a ella ni pensar en el tal matungo. Cuantos matungos podía haber en una ciudad, cien, quinientos, ninguno, daba lo mismo. Sánchez no quiso soltar palabra, aún mas, me aconsejó de los peligros que podía enfrentar. No es lo mismo Juan que Pedro y tampoco una nena que un chorro, me dijo. Preguntar por una nena pasa, pero más de eso no, se te puede complicar.

     De ese modo las fuentes policiales, seguramente las mas fáciles de encontrar, se me negaban.

     Volví a Gallo, si andaba buscando amigos me iba a contar algo. Nos juntamos un miércoles casi a la medianoche. Las calles estaban vacías por el frió; todo parecía sugerirme algo, como una voz del asfalto que me dictaba una historia desafortunada. Cuando llego ya hacia rato que lo esperaba, estaba ojeroso y medio gris, yo debía estar igual.

     Matungo resulto ser más popular que mi olvidada Jóse, había alcanzado no dos sino varios sueltos policiales. El primero a los 18, detenido por robar los cuentos de la catedral. Podían haber mas me dijo, pero solo sabemos el nombre cuando los detienen.

     Nuestro personaje tenía algo particular, sus asaltos eran siempre estúpidos, no ofrecían nunca sumas interesantes, era solo un raterito, nunca había cargado un arma. Es decir, nunca antes. Estaba detenido esperando juicio.

     Finalmente, después de tantas vueltas tenía lo que necesitaban. Cuántos meses me habría ahorrado preguntando desde un principio por él, matungo, el principal testigo de nuestra historia, estábamos tan cerca.

     Mi entusiasmo duró poco, no quiso recibirme en el horario de visitas.

     Fue inútil insistir, inútiles los presentes que le hice (cigarrillos, golosinas, una radio). Su abogado acabó terminantemente con mi insistencia. Nada formal, solo me encontró en la puerta invitándome a no insistir.

     Sin embargo la madre resultó ser una mujer encantadora, desde el primer momento me habló de su hijo sin tapujos, sin que le explique nada del cuento, después me pidió que no publicara nombres, eso fue todo.

     Así me entere de muchas cosas que no me interesaban, la infancia, la escuela, el abandono. La época de nuestra historia le era ajena, casi no se veían.

     La había conocido en un baile. Una semana que estaba fuera sin permiso. Después ella lo buscó (buscaba mejor que yo), de ahí que supiera de Josefa. La historia del matungo brotaba de su boca con facilidad, antes como ahora.

     Jóse lo visito, en el correccional por ese entonces. Amor a primera vista.

     Al salir estuvieron noviando un tiempo, querían alquilarse algo pero a ella no la dejaban los padres, o la madre (esta parte se la había comentado el hijo pero sin ganas). Consiguieron una piecita y estuvieron dos meses ahí.

     Todo esto me lo contó un domingo mientras esperaba para entrar a ver a su hijo. Después de eso no hablo más. Era muy amable, muy buena, pero ya no quería hablar.

     Los días de Josefa ya podían escribirse, por lo menos eso pensé.

     Ya no estoy tan seguro.

     Desde que empecé a conocerla mirando televisión, desde el momento en que ya no pude pensar más que en saber de su vida, saber algo más que las tres líneas en la pantalla, hasta ahora ha pasado bastante tiempo. Lo que fuera una intriga parece una certeza, pero es una certeza a medias.

     ¿Cómo podría saber lo que sintió en el baile? Debió haber sido algo muy fuerte. Y después, la tarde del domingo cuando le contó a sus amigas lo que había pasado. ¿De quién habrá sido la idea de buscarlo? De ella, o mejor de una amiga, una de esas que han visto demasiadas novelas y siempre están dispuestas a construir un romance, sobre todo cuando es difícil, cuando mas cuesta.

     Al tocar la puerta de una casa desconocida un domingo soleado, ¿habrá estado segura de lo que hacia? O la misma amiga de antes habrá estado con ella, incitándola. Y la madre de nuestro matungo ¿Por qué estaba en casa? ¿Por que no fue ese día hasta el correccional?

     Muchas dudas.

     ¿Cuándo se decide uno a dar un paso más?

     Cómo le dijo a la madre que se iba de la casa es algo que no puedo imaginarme. Pudo haber sido entre peleas y gritos y llantos pero cuando falta el padre (y faltaba) las madres suelen entablar una relación muy profunda con sus hijas, muy íntima, de apoyo mutuo. En la despedida no hubo gritos, solo los concejos de una mujer que sabe demasiado lo que es estar solo.

     La Jóse tomó el camino de la calle y no volvió mas a su mamá, ni cuando la falta de dinero fue acuciante, cuando ya no había para pagar la piecita. Y no puedo saber que pensaba en ese momento.

     ¿Por qué no volvió a su casa? ¿Por qué se unió con el matungo con lazos más fuertes que el matrimonio, en la alegría y en la adversidad, en la bonanza, la salud y la enfermedad, y el frío y el hambre y la pieza y las changas?

     ¿Qué sintió cuando por fin se unió a los oficios del matungo para siempre? ¿Cuándo juntó su suerte para bien o para mal con los desafortunados atracos de su matungo, a esos golpes que eran la risa de los criminales de verdad?

     ¿Qué cruzó por su cabeza? ¿Qué? No puedo entender. ¿Qué fue? Cuando frustrado el asalto a un colectivo (¿a un colectivo? ¿Qué tiene una caja de seguridad para que no lo roben?) ¿Corrió porque él le dijo corre? ¿Qué pensó?

“Anoche una joven resulto muerta y otro joven herido al intentar asaltar un colectivo. Un patrullero que circulaba por el lugar advirtió el hecho y tras dar la voz de alto se produjo una breve persecución que dejo como resultado la muerte de la joven. Se secuestró un arma calibre 22 en manos del herido”.





sergio sebastián altamirano
Buenos Aires, Argentina. 1977.
Vive actualmente en Córdoba, cursa la carrera de Letras Modernas en la Universidad Nacional. Ha publicado en diversas antologías. Director de la revista literaria Disculpen La Demora entre los años ’03 y ’04. Ha participado activamente de varias revistas del acontecer literario.