Onfalia
miguel reinoso




1

     Como bestia de persuasiones, sobre mi pelaje de segregado, ya no disfruto de mis semejantes. Ayer es una vocal tan lejana, tan falta de color (a lo más tiene un espectro de moscas zumbando alrededor de hedores crueles); si hay vocales, si es que las hay, las ha disuelto esta noche de aguas terribles. ¿Sólo doblegado puedo sobrevivir al verano que tanto me había prometido?… ¡Basta! ¡Hasta el verano es tan exigente que se ausenta para salvarse en el calor de sus soledades!

     Orden en el espíritu. Y por orden sólo tengo un lugar en las jaulas, en las calles ebrias donde me desdigo, entre los animales intolerables, sin más vínculo que mi risa de payaso tan legalmente presta a las bofetadas. Sabes, Onfalia, la bofetada -así, en singular, más intensa que cualquier plural- ocasiona la rosa de la risa, anfiteatro de la mueca del llanto -hasta la perra de la casa aúlla al escucharla, y eso ya es un gesto humano-; una bofetada sólo existe para hablarnos de la verdad (donde no hay redes, ningún dos para los cuerpos, sino toda la disponibilidad para el polvo, tierra que más me pertenece… ¡Estigma de una luna negra en la nariz!).

     …Qué me pudra, no hay más hendidura en la contorsión de estos días…., ninguna boda, sino espadas; ningún enemigo del estorbo, sino lo imposible…; vamos, que me estoy rindiendo…, hombre, que se me ha cansado la carne…

     A la pugna incesante sólo le espera la cornisa del quinto cielo. Pareciera que mi mano derecha no nació para las palabras exactas, sino para firmar las últimas letras en la poca tierra que me corresponde:

     Ahí está el descanso.




2

     El encanto de la muerte es que uno se oxida, es una especie de perfume que la envidia codicia, por eso las margaritas y las violetas…, por eso el estancamiento.

     …Vete, Onfalia, de pronto, un jueves o un sábado (me agrada el jueves para que te hagas más sutil y cruenta que los laberintos, me agrada para escribir los últimos versos, como Vallejo, que malamente vaticinó su descensos con las mudanzas): estos serán una fritanga de olores, la aurora no tendrá nombre ni vocabulario…, estúpidas castañas serán los buenos consejos, la realidad habrá extendido sus repúblicas…, y cuídate de que la mañana te sorprenda sin siglas precisas en la hostia de la boca…

     Pero ¿qué no te habrás dado cuenta que la harmónica de cualquier blues en la boca tiene sabor a quebranto, a una nomenclatura tan vasta de bemoles contra la carne y el buen anhelo?

     No me expliques, no me leas las piedras, por mi barba sé que de la luna brotan espejos masticados, y que mi cara es de un estúpido biógrafo reflejándose en los vidrios y en el agua de otras lecturas. Así de perturbado es uno cuando busca que la pluma en la mano sea la brújula de las madrugadas o, a lo menos, jurídicamente un grito en el fruto sea el centro exacto de tu nombre…; la verdad, es que estoy buscando el alcohol del encantamiento, a pesar de su cara de piedra y voz de guitarra amarga, aún de las orillas suele nacerle una cabellera de corales.





miguel reinoso
Guadalajara, México. 1957.
Maestro para el sustento y sus afectos de mal vivir: leer y escribir poesía, escuchar música, vagar en las altas horas de la noche para encontrar por encontrar entre barras y calles, entre hielos y gente. Ha obtenido el premio de poesía “Alí Chumacero” 1998, que otorga la Fundación Álica, de Tépic, Nayarit; y el Premio Tijuana de Poesía 2002. Tiene publicados los poemarios “Telubrio” y “El hombre de los faros”. Ha participado en revistas culturales como Transhumancia, Juglares y Alarifes, Luvina, Novun, La Tarea; fue antologado en “Estela por el olvido”, ha participado en revista eletrónicas como Argos, Cafe express, Caja de Letras, y otras. Estudió en la Normal Superior de Jalisco, es egresado de la licenciatura en Letras, de la Maestría en Literaturas del Siglo XX, ambas por la U. de G.