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Cástulo Aceves Orozco

Siringa


   La ninfa termina sus ejercicios matutinos. Cruza la amplia habitación de su departamento. Esta desnuda. Tiene la piel dorada, sin líneas de bronceado, una cabellera larga y blanca, sus orejas puntiagudas, un par de alas transparentes y venosas surgen de su espalda. La ejecutiva se seca lentamente. La belleza ante todo, se dice a si misma. Piensa en los pendientes de la oficina, en la competencia. Ser la mejor, se repite a si misma tres veces a manera de mantra.

   El guardarropa de la ninfa abarca toda la pared este. Vestidos transparentes, compuestos de telarañas, roció y otros materiales etéreos componen la colección. En Antriade la desnudez es parte de la normalidad. Ninfas, hadas y faunos componen la mayoría de la población, la cual tiene por único tabú el que los seres femeninos muestren los píes. Una simple diferencia anatómica, es la lección que dicen los padres a los pequeños, los niños tienen pezuñas y las mujeres dedos.

   La ejecutiva elige entre dos conjuntos distintos, ¿que se me vea un pecho o los dos? dice en voz alta cuando levanta las piezas de alta costura. Se decide por un vestido de telarañas cristalizadas con oro que permite mostrar sus tatuajes del bajo abdomen y la trenza perfecta en el pelo púbico. Escoge con cuidados sus zapatillas. Una señorita nunca enseña sus pies, recuerda que solía decir su madre, una ninfa recatada y conservadora.

   Baja al estacionamiento, sube a su auto convertible, acomoda con cuidado su portafolio. Verifica su maquillaje en el espejo mientras presiona el encendido. Acelera. Se le mete sin precaución a un viejo fauno en una carcancha. Este le menta la madre, la ejecutiva le hace una seña obscena y prosigue su camino. El tráfico de la ciudad es normalmente denso. Ella rebasa por la derecha a un colectivo. ¡A un lado imbéciles! dice para si misma. Pone la radio.

   Llega al elegante edificio de oficinas. Apenas entra al recibidor le sale al paso un fauno, el ejecutivo estrella de la compañía. No creo que puedas vencerme este año, le dice al tiempo que le ofrece su mano. El cabello rubio, sus orejas cóncavas, su barba de candado perfectamente delineada, las pupilas azules, el traje de moda, el falo extendido y lubricado, las pezuñas cuidadosamente tratadas. Ella no responde al saludo, Veamos quien tiene mayor suerte, le dice con una sonrisa fingida y sigue su camino. Su rivalidad lleva ya un par de años.

   En su escritorio revisa una serie de cifras y datos, ordena los registros del día anterior y los ingresa al sistema. Ochenta cierres bajados, la chica que manchó de sangre su falda de porrista, el nerd que terminó desnudo en la charola de ensaladas, treinta niños miados, dos discursos olvidados y el bailarín de ballet con flatulencias. Ve las gráficas y un asomo de orgullo inunda sus ojos verde pino. Este año nadie lleva mi marca, soy la mejor. Se prepara un capuchino y se dispone a ir al mundo mortal. Poco antes de apagar la computadora revisa el memo general: el fauno estrella lleva la marca de la mejor vergüenza. El premio anual se otorga a la vergüenza más original. Este último aspecto resalta el perfil artístico y creativo del cual los ejecutivos están orgullosos. No me va a ganar, se repite así misma.

   Ha recorrido ya la mitad de la ciudad mortal que le corresponde. Lleva los treinta y tantos cierres abajo de rutina, un par de flatulencias, tres eructos y una decena de sobadas accidentales. Ninguna vergüenza de competencia. Por lo que la ejecutiva pudo ver en el memo, se trató de una situación a su gusto vulgar y simplona: Fue una broma donde participaron dos niños, de siete y nueve años respectivos, que jugaban a los vaqueros con su niñera en el patio frontal de la casa. Era media tarde, el momento en que las calles están solitarias justo antes de la salida del trabajo. Los infantes ataron a la muchacha, de diecisiete años, emulando a la captura de un indio. Ella no sabia que el padre de los infantes era explorador y les enseñó a hacer nudos. Allí es donde intervino el fauno ejecutivo. La idea de que los indios no visten ropa se afianzó en los niños susurrada en el oído por el ejecutivo.

   El más pequeño corrió por unas tijeras a la cocina. El mayor, de puntas, empezó a cortar la falda y playera de la niñera, jalando los pedazos por debajo de las cuerdas. La chica sintió que la desnudaban, pero no podía desamarrarse ni quitarse la venda de los ojos o boca. La ropa interior de algodón es lo que menos se les dificultó a los chicos. Orgullosos de su juego, empezaron a dar vueltas alrededor de la víctima hasta que el primer adulto se acercó, este empezó a reír y chiflar. Ellos se asustaron, temiendo una reprimenda se encerraron en la casa. La gente saliendo del trabajo fue llenando la calle. La muchacha escuchaba los chiflidos y claxonazos pero no podía hacer nada. Se armó un tumulto en la calle que atrajo a una televisora local. Ninguna persona se acercó a ayudarla hasta que el padre de los infantes llegó a casa. Al momento de desatarla inclusive él se detuvo un momento ante el cuerpo desnudo de la chica, el cual estaba enrojecido a su máximo. Le cubrió con una cobija ante el reclamo general y la desató por completo. Las lágrimas de humillación de la chica no hicieron sino aumentar el puntaje de la vergüenza.

   La ninfa está a punto de darse por vencida. En cinco años que lleva de ejecutiva, nunca ha logrado el primer lugar. Solo dolorosos segundos, siempre perdiendo ante el orgulloso fauno rubio que no hace sino molestarla a diario. A veces le parece que él se pasa de la raya, siendo tan cínico como para invitarla a salir. Seguramente me restregará en la cara mis derrotas, se dice a si misma mientras imagina una humillante salida a cenar. Para dejar de pensar en el ejecutivo decide darse una vuelta por el área más elegante de la ciudad.

   La ejecutiva descubre una oportunidad. Se entromete en una gran sala llena de gente, su objetivo es la conferencista. Ella pertenece a una organización internacional que busca acuerdos entre países. Es una mujer respetada y conservadora que, sin embargo, al tiempo que intenta acabar con una guerra hace lo posible por reavivar la flama en la relación con su marido. Se encuentra en una pequeña sala contigua preparando sus últimos apuntes. Trae puesto un vestido de una pieza muy elegante, hoy es su cena de aniversario. También viste una sugestiva ropa interior de encaje. Un conflicto de emergencia la hizo quedarse una hora más para tratar de poner una mesa de dialogo. La transmisión en vivo a nivel mundial pretende dejar claras las partes afectadas y las posibles soluciones. Le avisan a la mujer que ya están listas las cámaras. Ella entra al cuarto donde una multitud de fotógrafos y periodistas le hablan al mismo tiempo. Avanza con firmeza mientras un círculo de colaboradores le abren el paso al micrófono. La ninfa no puede resistir la tentación de prensar apenas un pedazo de tela en un ventilador subiendo al estrado. La seda se rompe de inmediato, es succionada en pocos segundos. La imagen de la pacifista internacional tapándose apenas con notas de discurso se repite en tres decenas de países.

   De regreso a su oficina, cansada pero satisfecha, la ninfa vuelve a toparse con su rival. Este la saluda con un gesto: ¿Qué tal el día? Bien, responde ella poniendo rictus de desprecio. El fauno piensa en invitarla a cenar pero la chica se pasa de largo. No puede quitar los ojos de esos hombros tatuados de dorado, de las suaves alas, de las piernas tersas y, sobretodo, de esas zapatillas plateadas que no permiten ver más que un asomo de las uñas. Siempre tan recatada y propia, piensa el ejecutivo, da un paso y la toma de una mano.

   Ella levanta los ojos al techo, Qué molestos son los faunos, piensa. Retira su brazo. ¿Te puedo ayudar en algo?, le dice lentamente, intentando mirarlo a los ojos con tanta frialdad como le es posible. Deberías salir con alguien de mi categoría, haría bien a tu reputación de ninfa ártica. Ella empieza a reír, hace un comentario irónico sobre las pezuñas del ejecutivo y sigue su camino. El fauno se queda callado y la deja ir. Son ya años de seguirla en secreto, de admirarla, de desear pasar aunque sea una noche con ella. Él regresa a su escritorio, pensativo, enamorado y al mismo tiempo, con el coraje atorado en la garganta.

   La situación lograda por la ninfa toma el primer lugar en la escala. Permanece allí durante las semanas restantes del periodo. La tarde de la premiación esta segura de ganar. Se viste con un diseño exclusivo hecho con escamas semi-transparentes de mariposa. Hoy es la noche, se dice sin escatimar en gastos para arreglarse. Compra unas zapatillas de diseñador exclusivo, delicadas y sugerentes. Un modelo atrevido que deja ver peligrosamente el empeine Se da el lujo de verse sexy, sabe que todos los ojos estarán sobre ella.

   El salón de fiestas contratado por la compañía luce lleno. Entre espectáculos y cantos el público espera la entrega de los premios. Primero aquellos dirigidos a los burócratas dedicados, después los de intercambio comercial. Al final el galardón esperado por todos los ejecutivos: La vergüenza del año. El sobre es entregado al presentador y este lee el nombre. La ninfa se levanta, da grandes pasos con una sonrisa practicada en el espejo. En el último escalón del podio sus tacones quedan atrapados por una redecilla de telarañas apenas visible. La ejecutiva cae al tiempo que sus zapatos quedan adheridos.

   El silencio es general, después llegan las risas. Los pies de la chica lucen ante todos: suaves, plenamente depilados, con un tatuaje de corazón y las uñas perfectamente pintadas. El estruendo es generar mientras la ejecutiva se pone de pie. Corre hacia los zapatos pero le es imposible despegarlos. Se queda de pie, impotente. Con lágrimas en los ojos intenta taparse los pies con las manos.

   Los jueces entran al escenario. Tras un cuchicheo entre ellos rompen el sobre anterior. Toman el micrófono y declaran que en cien años nadie había provocado una vergüenza tan magistral. Piden al autor del trabajo. El ejecutivo estrella se levanta. Se cuida de no pisar con las pezuñas la redecilla pegajosa al subir al escenario. Los aplausos son ensordecedores. La ninfa humillada, descalza y furiosa, corre hacia la salida. Nunca la vuelven a ver.



Cástulo Aceves Orozco
Guadalajara, México. 1980.
Ingeniero en Sistemas Computacionales. Tiene publicado el libro "Puro Artificio" (Editorial Humo, 2004). Ha participado en diversos talleres de creación literaria desde 1998 y en el encuentro de Talleres "Altaller" (Guanajuato, 2003). Ha publicado en varios medios escritos y electrónicos, en las antologías "Figuración de instantes", "Mar nuestro de cada día" y "Tramas y Líneas. Muestra de narrativa de Guadalajara". Mención honorífica en el 1er Concurso de Cuento Corto del ITESO. Ganador del concurso estatal "Adalberto Navarro Sánchez" 2004, en la categoría de narrativa.