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Gonzalo Del Rosario

Banco


 Una noche de esas donde el sueño se convierte en caída, Juan se levantó hinchado, con la entrepierna izada y palpitando. Aunque la micción le devolvió la tranquilidad; volteando hacia el lavatorio, se dio cuenta que algo faltaba.

 En la ducha encontró una batea llena de agua con la pasta dental flotando sobre la superficie.

 Se pegó observándola hasta que un escalofrío lo devolvió en sí. Se dirigió al cuarto, el sueño le cerraba los ojos y su somnolencia le derivaba pensamientos morbosos. Se miró al espejo, sus ojos seguían reventados, pero estáticos por la misma razón. A él le gustaba verse antes de dormir, era el único momento del día en que podía sentirse deseable.

 Juan se dirigió al banco, sacó su ticket y se sentó, tenía que pagar las tarjetas de crédito de sus padres. Luego de un rato su número sonó un par de veces pero al no encontrar respuesta, siguió de largo, Juan continuaba ensimismado con su novela. Cuando levantó la mirada, fue a pedirle al cajero que por favor le dejara pagar, solamente se le había pasado un número -espere su turno-, -es que tengo clase-, -no es mi problema-, -pero es que yo-, -saque otro ticket- dijo señalando la máquina, Juan debía sentarse a esperar otra media hora. Logró ver al cajero sonreír maliciosamente.

 Terminados sus quehaceres bancarios, caminó casi corriendo a la universidad. En la calle le sorprendieron un millón de cláxones que pugnaban por atravesar el tráfico del medio día. Escapó de aquella zona con las manos en los oídos. Después de una cuadra de transitar sosegado, pasó un carro dando fuertes bocinazos y carcajadas malditas. Cuando quiso cruzar la pista, otro aceleró en plena luz roja asfixiándole con su nube de smog; y un tercero, contra el tráfico, aplastó su pie derecho. Luego de recordar a la madre de todos los chóferes, siguió su camino cojeando, no podía perder aquella clase.

 -A ver carné a la mano señores, carné a la mano- Juan la había olvidado en la mesa -no señor, no puede pasar sin su carné universitario ¿tiene algún otro documento?- su DNI le acompañaba, desayunaban junto al pasaporte -me los olvidé en la mesa, pero tengo clase-, -ése es tu problema ¿cómo sé que es cierto? nadie puede pasar sin identificación- mientras que por el otro carril, discurrían tranquilamente: un par de barbones con relojes amarrados al cuerpo; unos tipos con boinas y polos con la hoz y el martillo; un par de arios, vestidos de militares, portando maletines llenos de armas; un hombre con un sobretodo, y al parecer nada debajo -¿acaso crees que voy a vestir tan formal, pudiendo estar más cómodo en tremendo sol, si no fuera porque estudio aquí?, ¿y cargando esta mochila llena de libros junto a mi informe recién impreso? Y . . .- el guachimán no lo escuchaba, había divisado a otro a quien joder.

 Ahora había perdido más minutos, encontró la puerta del salón cerrada, tocó y escuchó lo que temía desde que se le pasó el ticket -dígale que no puede entrar, es una falta de respeto hacia ustedes y sobre todo a mi persona, deberían llegar temprano para escucharme con admiración, como su autoridad intelectual-, -profesor, él es parte del grupo-, -ése es SU problema ¿por qué no viene más temprano? Según Teun Van Dijk(1) . -

 Luego de romperse la nariz debido al portonazo, arrojó furioso su informe y lo destruyó con los pies mientras profería groserías que inspirarían a cualquier barra-brava. El pobre Juan odiaba a todos y al mundo entero, recogió lo que le quedaba de trabajo y lo echó al basurero francés.

 Con el sol que le quemaba la ropa, su informe destruido y su mochila cargada de libros pesados, el día no podía estar peor. Se detuvo frente a una Iglesia. Observó palomas tragando piedras con migajas, luego como la cruz que estaba en la cúpula fue tambaleándose hasta caer, y conforme iba descendiendo se dividía en réplicas pequeñas como saetas que terminaron por ensartar a todas las aves, tiñendo el suelo de sangre y cadáveres. Un potente claxon le indicó que allí continuaban la cruz y las palomas tragando muy tranquilas.

 Juan volteó furioso. El automóvil detuvo su curso en la esquina, se acercó a la ventana -¿taxi?- y gritó en su oído lo más fuerte que pudo, tanto que llegó a emitir sonidos entre cláxones, alarmas, cuetones, disparos, trompetas, platillos, sin ritmo ni melodía, junto a ruidos de gente agonizante y choque de metales los cuales terminaron reventando los tímpanos del sujeto. Juan lo dejó convulsionando con los oídos sangrando, sus manos tapándole las orejas, manchando los asientos de su taxi.

 Siguió caminando. Otro taxista repitió el bocinazo cerca del banco. Como pasó tan rápido no tuvo tiempo de gritarle nada, no obstante detuvo el auto de golpe, el ruido de las llantas llamó la atención de los peatones. En ese mismo instante algo estalló dentro del carro. Los mirones empezaron una carrera de vómito al distinguir el olor a sangre que emanaba del vehículo.

 Ingresó nuevamente al banco pero ahora no venía a pagar sino a retirar. Se acercó al mismo tipo que lo había choteado -disculpe, pero debe de esperar su turno, estoy aten . . .- de la boca del cajero empezó a salir papel, sin nada escrito, el cajero no comprendía qué estaba pasándole, el señor a quien atendía tampoco, aunque éste último miraba su reloj con fastidio.

 El papel comenzó a envolver el rostro del cajero, sus colegas se quedaron paralizados, sin embargo debían seguir trabajando porque los clientes apuraban; los demás se limitaban a observar mientras esperaban la llegada de su número en la pantalla. Los papeles iban cubriendo de manera integral el rostro del cajero, lo estaban asfixiando, parecía como si le hubiesen enyesado la cabeza, no tardó en desplomarse sobre la computadora de donde brotó más papel.

 Juan tomó un taxi con dirección a la universidad, el señor conductor fue muy amable, al bajar le deseó buen día. No ocurrió lo mismo en la puerta -a ver carné a la mano señores- Juan hizo caso omiso a las exigencias del guachimán -documentos señor, sino no podrá . . .- Juan ni siquiera tuvo que mirarlo para que el hombre junto a sus dos compañeros trogloditas salieran disparados contra la pared donde se quedaron pegados, como si un viento muy fuerte los apretara, el mismo que terminó por aplastarlos como cucarachas y chorrear todas sus vísceras bajo ellos, quienes se mantuvieron adheridos a la pared.

 Los estudiantes le agradecieron jubilosos ya que no habían traído ni carné universitario, DNI o pasaporte y tenían examen o exposición. Para esto, Juan ya estaba camino a su salón, donde seguro que el profesor continuaba pavoneándose, algo que sumado a su insoportable soberbia, había logrado que los alumnos le tuviesen miedo y odiasen el curso.

 Juan tocó la puerta, como era de esperarse nadie respondió, así que se introdujo por una ventana. Todos voltearon y rieron, el profesor incluido, luego callaron al presenciar cómo el magíster iba encogiéndose, y su risa agudizándose, hasta que quedó del tamaño de una polilla. Un leve movimiento telúrico arrojó el libro de Teun Van Dijk sobre éste, aplastándolo por completo.

 El lugar entero había enmudecido. Al cerrar la puerta, aún podía escuchar a sus compañeros celebrando con gritos la proeza. Los que estaban exponiendo lanzaban con estruendo vivas a Juan por haberlos liberado de la Bestia.

 Ahora quería descansar un poco. Intentó salir de la universidad, pero aún faltaba más. Un guachimán pidió -a ver mochilas señores(2) -, -no, ya tengo, gracias- respuesta de una chica que arrancó las risas de la larga cola, el guachimán del mismo modo le arranchó el cierre de la mochila -¡Qué te pasa, imbécil!- Juan no necesitó más, abrió la suya, vació su contenido y la colocó sobre el rostro del guachimán cual si fuese una máscara.

 El guachimán pugnaba por sacársela, era inútil, dio unos pasos, tropezó, cayó al suelo y postrado como estaba, la mochila fue creciendo rápidamente hasta terminar por cubrirlo del todo, como un sleeping gigante. Los universitarios patearon, saltaron y escupieron la bolsa de morir hasta que dejó de moverse.

 Cuando los estudiantes lo buscaron para agradecerle, Juan había desaparecido.

 Retornó a su casa en taxi. Quería echarse a dormir un poco y no volver a pensar en nada. En la cama le vinieron unas ganas inmensas de orinar. Subió la tapa del wáter y mientras sonreía de placer, volteó el rostro, la pasta dental continuaba flotando sobre el agua de la batea.


(1) Lingüista a quien los docentes universitarios suelen citar para aparentar sapiencia.
(2) El cacheo de mochilas es una atribución estipulada Capítulo Tercero, Título Uno, del Manifiesto del CIG (Consejo Internacional de Guachimanes), Guachimanes del mundo uníos . . .



Gonzalo Del Rosario
Trujillo, Perú. 1986.
Estudia Lengua y Literatura en la Universidad Nacional de Trujillo. Es integrante del grupo literario "Pluma de Carne". Sus cuentos han sido publicados en las revistas literarias "Scienciales" (Universidad La Cantuta-Lima), "Remolinos" (Lima), "Revista Voces" (Madrid-España) y "Fracturas" (Chile).
Ha publicado Cuentos pa' Kemarse. Editorial Alternativa OREM. 2008.