www.almargen.net
Ramón Castillo

La Venus de Newton





 Me gusta su mirada perdida en la contemplación propia. Me gusta porque está vuelta, y así ofrece a la mirada su espalda desnuda. Su espalda que nace tenue entre los pliegues de su cuello y se sublima a partir de la cintura y hasta su culo perfecto. Deambula etérea por entre el brillante ojo de la lente y vuelve entera e inmortal, queda definida a través de un amplio espectro de grises y blancos. En su transmutación alquímica se revela, en el papel que la contiene, como poseedora del secreto frívolo de la belleza fashion. ¿Sabrá ella que es parte de una imagen que deconstruye otra posterior? Pregunta ociosa, me interpelo ante mi inevitable regusto por los cánones, y vuelvo a la contemplación mística de la Venus. Referencia mítica a la belleza perfecta, inacabable y auto suficiente.

 Me gusta porque está tendida sobre la cama Barcelona de Mies Van der Rohe lo cual le otorga a la imagen una sensualidad aún mayor. ¿Cómo no excitarse con la idea de la piel que acaricia el dulce costado de la modelo? Conjunción perfecta entre la materialidad del diseño artístico de inspiración bauhausiana y el despliegue sutil de su cuerpo recorrido por la liviandad insolente de su propia mirada, que también es la mía en tanto espectador, que la recubre a ella y a la escena entera. Así mismo, me gusta la fotografía porque en su composición, mientras se extiende lascivamente nuestra Venus parisina, ésta se deja acariciar de manera indiferente por la mirada embelesada de una mundana Cupido, y en ese cruce de miradas no se habla de otra cosa sino de lo arrebatador de la belleza y el glamour. Elegante diálogo entre los cuerpos y el interés por la contemplación de ellos.

 Narcisismo y vouyerismo. Las bodas entre la mirada absoluta del en sí y el para sí. Feliz hegelianismo estético, falaz únicamente por ser dicotómico, puesto que la mirada es total, ajena e impersonal. En la fotografía no hay un 'me miro', 'te miras', sino que hay un 'mirar', verbo absoluto que recubre todo. No es que la Venus sólo se mire a sí, o que Cupido únicamente la mire a ella, tal vez, la vea, que no es lo mismo que mirar. La mirada es más amplia y compleja. La mirada lo es todo en la fotografía. Es mirada del fotógrafo capturando la imagen, pero también la mirada del espectador que mira lo que mira el fotógrafo, mira la mirada ensimismada de la perfección embelesada en sí, pero no ve lo que ella ve. No sabemos lo que se ve al interior de la imagen. La inmediatez de lo concreto se nos escapa y nos quedamos con la totalidad enorme de una mirada que se recrea en el conjunto entero de las miradas contenidas en la estructura. La mirada es lo que entrega la coherencia entera del fotograma. Es el guiño a Velázquez y la genial incorporación sarcástica de un televisor. Nuestra sempiterna diosa se ha tornado en una diva de la pantalla chica. Ya no es el espejo el que no miente, es más, parece ser el único que lo hace; ahora es la televisión la que otorga la mirada pura, casi fenomenológica, de lo que la belleza es. Pero en el conjunto también hay cierta carga de humor, juego y divertimento, pues únicamente en el apartamento del artista es que la belleza se tiende cómodamente a recrearse en sí misma. Desde el estudio de Helmut Newton en París, capital de la moda, emerge la portada o los interiores de Vogue o Elle, canon definitorio entre lo 'in' y lo'out'. La Belleza hace su revelación entre las páginas de la Biblia de la haute couture y su antónimo perfecto, el prêt-à-porter. La mirada lo abarca todo y lo contiene todo: el glamour, la elegancia y el morbo que despierta en nosotros la imagen de la Venus à la mode.



Ramón Castillo
Orizaba, Veracruz; México. 1981.
Egresado de la Licenciatura en Filosofía en la Universidad de Guadalajara. Se define a sí mismo como un sutil misántropo, fetichista libresco y gozoso voyeur del eterno femenino. Ha publicado cuento, ensayo y reseña en diversos medios tanto nacionales como internacionales; ha participado también como ponente en varios congresos sobre Filosofía y Arte