#45     


Vieja linda
Patricia Romana Bárcena Molina


 

"Qué miedo de morirse de repente
sin palabras hermosas que nos salven.
Yo de verás me he muerto muchas veces
con cada amigo que se marcha.
Me muero a todas horas lentamente
en cada ser querido que me deja.
Qué miedo de morirse sin saberse
con toda la soledad acumulada
en el cuenco del ojo, tras la frente,
en cada imagen que por dentro estalla.
Da miedo esta manera de perderse
sin huellas de eternidad, sin decir nada.
Morirse así, sin más, tan mansamente".

Mónica Suárez.



 -¡Hola, vieja linda! ¡Pero qué hermosa te ves ahí sentada! Le digo a Leticia que debería parecerse a vos, ¿sabés?, la muy floja se queda en la cama hasta tarde. En cambio vos…tempranito ya estás levantada y arregladita como para fiesta. Te digo que es dura la vida para mí, ¿viste? Luego, la saco a pasear y se cansa en seguida. En cambio vos…qué bien que bailabas el tango sin decir basta. ¿Te acordás, vieja? ¿Y te acordás de Leticia?

 A ver, dame la manita, estirála, no la tengás engarrotada…Así, así, mirá que a ésta no le agarro la mano porque tiene marido en México, pero vos y yo somos libres. Te traje un sandwichito de miga, ¿lo probás? (Esther aviva la mirada) Bueno, tomá un poquito sin que nos miren las chicas. También te traje un alfajor de chocolate para la tarde. Pero tenés que comer lo que te dan aquí (Manuel baja la voz), ya sé que es horrible la comida, pero es por falta de sal. Cométe todo para aliviarte, vieja, y así estarás sanita cuando venga tu sobrina, porque te piensa llevar a México. ¡Contále, Leticia!, que su sobrina está juntando la plata para el pasaje, y enséñale las fotos que le envía. Mirá, vieja, qué guapa está Marianita, y fijáte los ojazos de mexicana que sacó, pero conserva lo argentino del padre, ¿no es cierto? Leéle, Leticia, la nota que le manda Marianita.

 (Leticia, espantada por el estado en el que encuentra a Esther, intenta leer conteniendo las lágrimas)

"Querida tía: quisiera estar muy cerca de ti para abrazarte y decirte todo lo que te quiero y te extraño. Espero que te encuentres mejor y que te recuperes para que pueda traerte conmigo a México. Acá todos te recuerdan y te mandan saludos. Yo te mando un fuerte abrazo y un beso con todo mi amor".
Mariana.


 Manuel continúa…

 -¿Querés ir a México? (Esther intenta hablar pero no puede, sólo abre más los ojos) Ya sé que querés, traidora, ya sé que cuando vengan por vos me vas a abandonar, pero no importa, te perdono como siempre.

 Vieja, linda, ¿te levanto un poquito? Andá, sólo unos pasitos, mirá que yo no te suelto nunca, tomate de mi cuello y yo hago lo demás (Esther camina dos pasos y se desvanece). Ya está, ¿viste que no pasa nada? Así tenés que practicar con las chicas, y cuando yo venga nos vamos a Palermo.

 Ahora subí el pié, ¡no, no!, más alto, como cuando bailabas el Can-Can. ¿Sabés, Leticia, que Esther subía la pata hasta tocarse la cabeza? (ahora la que sonríe es Leticia. Manuel logra interrumpir sus pensamientos) Sí, creélo mujer, y enseñaba la bombacha a todo mundo. ¡Con esas piernas!, ¿te imaginás? Ahora está sosegada, pero en cuanto salga de aquí volverá a las andadas. Así que en México la tenés que vigilar mucho.

 Parece increíble que esté acá Leticia, ¿verdad, vieja? Nos abandonó por más de 20 años. La llevaré a Puerto Madero por la tarde, no se imagina lo hermoso que está. Le conté que en diciembre te llevamos a la casa para pasar las fiestas y que fuimos al puerto, también le conté que tomaste una copita del tequila que trajo Marianita. ¡La tengo al tanto de todo!

 ¿Qué decis, vieja? A ver, despacio, repetílo (Esther articula y dice: noticias). ¿Qué noticias, vieja?, ¿me tenés buenas noticias? (Esther afirma con un ligero movimiento de cabeza). ¿De qué se trata? (Esther con torpeza intenta decir quinesiólogo, no lo logra pero Manuel adivina) ¿Qué pasa con el quinesiólogo? De seguro es joven y guapo (Esther sonríe). Tené cuidado, Esther, acordáte que los hombres sonsacan. Ya voy a venir yo a la hora de la terapia, así me fijo en las intenciones que tiene con vos (Esther vuelve a sonreír y mueve la cabeza) Manuel prosigue. Decíme ¿qué sucede con el quinesiólogo, Esther?

 (Se acerca María Luisa, la encargada del gediátrico, y explica que Esther coopera mucho durante la terapia y que el quinesiólogo le ha dicho que puede recuperar el habla y algunos movimientos. Manuel se alegra sin creerlo del todo)

 Así que esa es la noticia, ¡qué bien, Esther!, pero insisto en que te cuidés de él porque no estamos para decepciones…

 Escuchá, Leticia, lo que dice María Luisa, así se lo contás a Marianita cuando volvás a México. Ah, y también tomá nota de lo bien que se porta Esther, pero ¡omití lo del quinesiólogo enamoradizo! (Esther ríe con más fuerza, igual que las mujeres que la rodean en la sala, y que siempre están atentas a las visitas de Manuel).

 Vieja, vieja linda. Nos vamos. Estaremos de vuelta el viernes. Le voy a pedir a María Luisa que te hagan la peluquería y te pongan un rubiecito claro. ¿Querés?, así cuando venga tu hijo te encuentra más linda. Y, ¿qué tal si trae al nietito?...Pero, ¡por favor!...No lo dije para que llorés. Si ellos te quieren tanto, lo que pasa es que están ocupados, ¿qué sé yo? A ti no te falta cariño, vieja. Mirá lo que ha viajado Leticia para estar con vos. Y yo, ¿dónde quedo?, me tenés sin condición; Marianita trabajando para juntar lo del pasaje y vos tan triste…Eso es, así, sin lágrimas que volvemos pronto. ¿Le digo a María Luisa que te acerque el alfajor por la tarde? (con un movimiento rápido de cabeza Esther sorprende a Manuel) ¡Listo! Como pibe te portás, golosa. Te quiero mucho, vieja.

 (Leticia, en cuclillas, intenta levantarse para besar a Esther, pero la rodilla no le responde y Manuel la jala del brazo)

 ¿Viste, vieja, lo que me mandan de México? Te digo que la vida es dura para mí, y no te conté que cuando come carne le truena la mandíbula…¡Dios santo! Ésta sí que está descompuesta. Apuráte con el quinesiólogo, Esther, que te extraño.

 (En la sala, una risa generalizada sirve de telón para cerrar el episodio. Afuera, una hermosa calle cubierta de hojas secas enmarca el abrazo con el que Manuel intenta calmar el llanto de Leticia.)

 No te anticipé nada, querida, perdón. Además, no hay remedio, y eso se lo tenés que decir a Marianita en cuanto llegués a México. Vos sabrás de qué manera. Decíle también que no voy a abandonar a su tía porque le tengo un gran cariño. Es lo único que precisan los viejos de nosotros, ¿viste? Lo demás no tiene importancia. Te lo decía anoche cuando charlábamos de los problemas que creemos terribles. La vida se acaba más pronto de lo que imaginás. Por eso, Leticia, celebro que estés acá, disfrutando tu viaje, pensando en vos, dejando atrás el pasado y viviendo el presente, brindando por la vida que es lo único que realmente tenemos y a lo que no debemos renunciar. Llorá todo, Leticia, pero al subir al remís te limpiás la cara y a reír de nuevo. ¿Estámos?



Patricia Romana Bárcena Molina
Subdirectora de al margen . net
Estado de México.
Maestra en educación especial.


Nov
2007