renglones torcidos       


El verdadero día del juicio
Juan Manuel Islas



    Hoy veo que siempre estuve demasiado ocupado resolviendo mi propia escena, y como que todo el tiempo estuve aturdido por el cambio y lo vibrante de lo nuevo.

    Y todo pasaba a la misma velocidad que yo ignoraba lo que pasaba, y nunca quise en realidad poner atención a lo que pasaba en mí derredor.

    Tampoco quise saber la definición del buen padre que esperaban, tampoco creo que me hubiera importado gran cosa saberlo antes de tener conciencia que el tiempo pasaba.

    Mi primer sorpresa me sorprende, cuando me doy cuenta no de que soy mortal, si no que la peor muerte es la muerte paulatina, no de la de golpe y porrazo,

    La peor verdad es que iré muriendo poco a poco, y que día a día la cuenta del cambio ya no será de hoy hacia delante, sino que el cambio se contará viendo hacia atrás.

    Es que siempre fui observado, que todo el tiempo fui juzgado, sin veredicto, ni defensa. Y que por soberbia ignoraba, o me negaba a reconocer que tuvieran el derecho siquiera de calificarme o que hubiera criterios para recibir una calificación.


    Tal vez ésta ocultó el miedo a ser juzgado cuando todavía esté aquí, en el tiempo, contra el tiempo, cuando ya esté cansado y débil, cuando no haya fuerzas ni momento para remediarlo, para componerlo, para disimularlo.

    Mi temor es el inexorable paso del tiempo sobre nuestras vidas, sobre mi ciclo de vida, porque el tiempo seguirá aun sin nosotros, aun sin mí. Como ha seguido a pesar de que muchos ya no están, como habrá de seguir cuando otros ya no estarán, de que yo mismo duerma, y no este presente en lo que pasa.

    Lo peor ni siquiera es el temor a ser juzgado después de mi muerte, el verdadero temor que tengo es a ser juzgado aquí, cuando oiga los fallos, las razones, las sinrazones, lo que nunca supe, lo que nunca hubiera querido haber sabido.

    Hoy día no conozco alguien que me pudiera decir al final del día, que ha cumplido cabalmente con las expectativas de cada uno de sus hijos, sin el temor de haber fallado, con la certeza de que sus actos fueron lo que cada uno de sus hijos necesitaba, y que hizo lo justo y en el momento preciso.

    En mi vejez se vendrá toda la carga que se agolpe sobre mis espaldas, de repente, súbitamente, y en un solo momento. Cuando ya no pueda dar, ni desear, ni satisfacer.
Solo me quedará pedir, a ver que me dan, esperar que me den buen trato, esperar a ver que tan grande es su compasión, esperar a ver hasta donde dura su paciencia.

    Me pregunto entonces, dónde habré de esconderme, para que no me vean con este cuerpo inservible, caduco y feo.

    Me pregunto entonces, dónde habré de terminar que no moleste, que no interrumpa o que no estorbe.

    Me pregunto entonces, dónde habré de ocultarme para evitar los sarcasmos, los malos recuerdos y las faltas que tuve; algunas sabidas y otras calladas, otras sin haberlas reconocido, otras habiéndolas callado.

    Ese será el verdadero día del juicio, cuando sin piedad, sin ponerlo en mí lapida, se escriban en sus corazones todas mis faltas, mis errores, y mis atropellos.

    Yo no quiero estar presente ese día, que será de noche.

    Que será el peor día de mi vida, que no tendrá noche.



Juan Manuel Islas
Guadalajara, México.

agosto
2004