deshoras       


Wittgenstein y la lógica clásica
Walter Daniel Aranda



                Cerré la puerta y comprobé que me colgaban del cuello las calles, el ruido ensordecedor del microcentro y una tremenda borrachera, que ahora seguiré deshilando como un razonamiento lógico. Exactamente y al modo en que doy mis clases de insatisfecha filosofía. Modus Tollendo Tollens, sólo para ser simple. Solo y tolerándome con dos botellas de whisky, dos vasos de la tercera, y vendrán otros ya que siempre tuve problemas con los número pares. Wittggenstein bosteza y se traga toda la lógica clásica, sólo un círculo rasguña el mapa europeo. Como el pasaje Zelaya, con sus casitas pintadas de distintos colores, ese círculo me resulta simpático. En el fondo del vaso, tu boca.


                Con el alma sangrada
observo tu perfil
alto y bello
como el instante


                Antes, Hegel hizo explotar el idealismo. Sus clases de Teología eran una rara mezcla de mito e historia de la arquitectura, todo esto para que Kierkegaard meta la cuchara con el afán de recordar que sufrimos de angustia. Como yo, que estoy pensando ya en las tazas de café que mañana tendré que tomar.


              Con mi lengua
toco tus hombros
voy creándote la piel,
mientras el corazón
se desgrana
y te creo verdadera
porque tiembla el invierno


                ¡Puaj! el reloj me taladra la cabeza. Ultimamente, todo me traspasa. Y me defiendo con viejas fórmulas más potentes que las de la lógica. D SV=(dQ + Q.D.SV) + O. A veces, creo que la física se ocupa de traducir en letras y números lo mismo que otros dicen en un lenguaje arcano, silencioso: “Mujer, tu nombre es fragilidad”. My friend, no hay nada mejor que whisky escocés para un inglés.


                Esa piel que se vuelve espesa
cada vez que reanudo mi marcha
o la estampida de gemidos
que explota en mi oído derecho,
le dicen a mi cuerpo: Vives


                Desde las Islas Británicas a Persia. El saber filosófico sostiene en su mano la física, la literatura y la medicina como riquísimos racimos de uva. Y vuelta a lo mismo, otro vaso de alcohol, todo un alambique del saber para no perder el equilibrio. ¡Paracelso! Suprasternal: depresión en la base del cuello, línea media entre las dos inserciones de los esternocleidomastoideos.


                Mi dedo índice te descubre el cuello, la raíz,
desde ese pozo miro el universo.
Y con cada gota de consciencia que me queda
te abono el alma.
Separo mis labios -no quiero hacerlo-
y en la punta de mi lengua
un perfume viejo pierde el equilibrio.
La primavera estalla en tus ojos.


                Amanece sobre América. Enfrento la mirada del mundo. Sobre el río, Buenos Aires se mueve despacio y anhelante; en su negra cabellera los puertos se lavan los dientes y yo bostezo, dispuesto a una nueva soledad. El día se abre furioso y en el vértice de mi pecho la historia argentina me deja una traición. Quiero decir, un beso. Esta soledad de mantenerme estaqueado en la baldosa de siempre, sin avanzar, con la esperanza de no retroceder. Me aferro a tu risa.


                Mi soledad cabe en tu presencia.
Como una hoja,
las estrellas sueltan el otoño
en tus labios.
Y en cada beso,
te muerdo el amor.




Walter Daniel Aranda
Buenos Aires, Argentina.
Lic. en Filosofía.

julio
2004