renglones torcidos       


El reino global de Cipay
Julio Hermaz



El Alma… Será inmortal… O, es solo una teoría?
Si así fuera, es esta Vida
un callejón con salida a una trampa monumental
Que solo nos va a lanzar
hasta un campo donde quedan
sembradas por dondequiera sin esperanzas ni amparo
cofradas cerradas llenas de sufrimientos y llantos
Sepultados con los cráneos
vacíos, que se los llevan…


          En la anterior humanidad, cuando el hombre era Alma en todas partes, y era, ejemplo de hermandad y prudencia. Su idea más actual de ser orgullo de sí mismo se resumía a amar, mantener la paz del hogar y educar a los hijos, en la honra de honrar a su igual en el vecino y el de afuera.

          En aquella edad el hombre era un ser total, íntegro, de cuerpo en espíritu, sensorial, conocedor de su fuente, sin conflicto entre deseo y moral, y era un complemento de la realidad que percibía sin apelar al recurso corporal de órganos y sentidos. Era un Alma, y cuando con otro se encontraba, eran dos, se abrazaban y se hacían amigos. Entonces, la prioridad se presentaba… ¿Cómo ayudarnos en este mundo?

          Entonces este mundo era un globo diferente. Tenía un solo continente que se llamaba Wankila, limitado por altos relieves que encerraban sus parajes, y más allá, blancas arenas lo rodeaban en una sola playa, después el mar, su cría y los peces. Wankila tenía tres montes mayores. Al norte, uno llamado Cipay que alcanzaba hasta las nubes, y otro, un volcán debajo de este que las aves no remontaban, de nombre Lurián. Y al Sur, el Mesimé, que parecía brotar del cielo y era, hasta donde los ángeles llegaban a dejar razas de Almas para que hicieran méritos de relación con esta vida y pudieran reproducirse y mejorarse hasta agradar a los dioses, luego regresarían a ellos.

          Aquel hombre, como Alma, por asociación de razas y voluntad de cooperación, desarrolló esa armonía cultural que distingue a los Pueblos, y en la unión regional de estos creó, La Nacionalidad, área de su identidad y Patria de sus mejores honores, viviendo en paz por milenios antes de la época de los monstruos, y era feliz, empleando agradablemente sus energías en cumplimiento obediente de su misión en La Tierra, cultivando y procurándose el alimento, la protección contra el calor, la enfermedad y el frío, en un mundo habitado por millones de amigos, y que abandonaba solo con la misión completa.

          Pero un día todo cambió. La sombra negra de un poder fatal cubrió sus campos de cultivos. El sol desapareció, los mares se agitaron conmovidos, y tronaron los cielos cuajados de lágrimas, reflejando los horrores de un error divino. En ese instante le nacía a una divinidad un hijo, que desgarraba el vientre de su madre con feroces alaridos, y el padre presuroso se deshizo del crío. Desde lo alto del Mesimé lo arrojó al Lurián, pero el maldito vino a dar en el Cipay, y quedó partido, en dos. Una parte desde el torso se pudo salvar, la otra declinó hasta el volcán y fue licuada, y desde ese día, aquellos ángeles de razas dejaron a este mundo en el olvido y no volvieron más.

          Las divinidades hoy son un misterio para el hombre, quien perdió sus facultades primarias, ya no es Alma, percibe y reacciona a los estímulos menos eficiente que un animal, y esto impide o limita la relación con ellas. Pero se sabe que muchas tienen o adoptan figura humana, y encantan a la conciencia y al pensamiento. Que tienen capacidades para la tristeza, la alegría, la herida y el sufrimiento, pero que no mueren de la humana muerte jamás.

          Aquel engendro que cayó en Wankila se llamaba Lubuisa, pero le decían Cipay. Cipay como producto de divinidad era superior al medio, y pronto reinó en él, aunque al principio su dominio estaba limitado a los altos montes del norte, donde vivió como un águila, pero después decidió bajar al suelo, y como no tenía mitad de cuerpo y su condición no le permitía rehacerlo, se puso al acecho de la primera criatura que viera para quitarle la parte que necesitaba, así ocurrió que la víctima fue un Ngombe, este era un animalito pequeño y ágil, no mayor que un becerro, de quien descienden los caballos actuales. Cipay nació como el error del bien, y aunque desde sus primeros vagidos era ya un gran canalla, aun no se había desarrollado pleno y aquel animalito le acomodaba, le arrancó la cabeza desde el cuello, y se acopló el cuerpo, asimilando sus restos vitales.

          Este monstruo de aspecto mitad humano y mitad equino todavía se recuerda, y es el origen de todos los males del mundo. Cuando pudo hizo prole, toda monstruosa, mucha de la cual nacía a medias y se acoplaba a los animales, de tierra, de aire y mar, y al reproducirse ellos mismos, llenaron a Wankila y al océano de criaturas horrorosas que degeneraban más y más hasta adquirir características propias y siempre bestiales. Y al fin, comenzó lo peor.

          Aquellos abortos del cielo y la tierra, empezaron a gustar de acoplarse con los hombres, y a confundirse con ellos. Cipayos se les llegó a llamar, y destruyeron con el mal, el bien, la integridad, la armonía cultural de las Almas humanas, y La Nacionalidad de sus Pueblos, conformando al Reino Global de Cipay, en un globalismo bestial gobernado por Cipayos, de mil caras, pero en función de una sola cabeza, en cuya mente vivía la idea firme de desarrollar una divinidad terrenal, capaz de incubar los sueños y construir los pensamientos de todos los individuos en su imperio, a quienes pretendía en única cultura de Cipayos, sin identidad de tradiciones, y sin Personalidad Nacional. Lo hizo, y denigró a aquel hombre, que impotente vio convertida su humanidad en un ente global sin honores, sin orgullo de raza, existiendo indigna en una horrible mezcolanza al servicio de un monstruo.



Julio Hermaz
Habana, Cuba. 1954.
Nacionalizado en Estados Unidos. 1980.

junio
2004