renglones torcidos       


Venus desorientada*
Aymer Zuluaga



         El sitio es tan boscoso que el paraje solo puede ser visto cuando se tiene a tres metros de distancia, las hileras de los árboles parecen haber sido sembradas en forma laberíntica a propósito; cada especie frondosa se confabula allí con sus congéneres para ocultar lo contenido en su centro; cada rama tupida de hojas hace impenetrable cualquier mirada. Los curvados y anchos troncos se alternan con los verticales y espigados tallos en confusión de ramas, flores y frutos. Los colores de las hojas alternan entre verde aceituna y café haba. Hasta para los rayos del sol es difícil cruzar la espesura y calentar el intenso olor a selva.


         El bolso de la mujer estaba en aquel centro del matorral, su añil color sobresalía sin violentar; uno de los extremos de su correa estaba suelto y de esta manera parecía la cola de una alimaña; su cierre estaba semiabierto y algunos elementos regados se confundían en la hojarasca; allí estaban como hormigas en desfile: el pequeño espejo cómplice de miradas, las llaves en desuso de alguna puerta olvidada, una pequeña y coqueta bolsa con lo que se adivina serían unos finos pendientes, una caja de maquillaje con tres colores supremamente gastados pero dos intactos, y un labial carmesí.


         Abrazada al macizo árbol y con las piernas en forma de “k”, estará ella. Llevará el cabello corto para resaltar su cuello largo, vestirá con su chaqueta ámbar negro que luce arrugada solo en la parte de las axilas y los codos, estarán los botones plomizos haciendo u-vé en su espalda; él nunca imaginó que fuera tan huraña cuando la vio en el bar, si parecía tan atenta con los demás, tan sonriente con quien le brindara un trago. Su aire de inocencia cuando recibió los aretes de sus manos, su coqueta mirada cuando la tomó del brazo y la llevó a lo que él le prometió era un santuario, desaparecieron de inmediato cuando le asestó el primer golpe. De su carmesí boca salió un grito aturdidor y de la nada el bolso añil que le lanzó a la cara, ambos lo aturdieron un segundo; dándole tiempo a ella para huir. Todo en la mujer era perfecto, incluso hasta para dejarla ir, pero lo echó a perder con ese mal sentido de la ubicación cuando corrió hacia la espesura, ya es de madrugada y él está cerca de darle alcance.



Aymer Zuluaga
Envigado, Colombia.
*Obtuvo Primer áccesit en el I concurso de cuentos Taller 05 – Buenos Aires, Argentina

abril
2004