renglones torcidos       


Sueño americano
Aymer Zuluaga


          Luego del primer trago, los demás ya no le provocaron ese ardor como de piedras con muchas aristas que bajaban recorriendo a gran velocidad su garganta. Por el contrario, sentía que las piedras eran cada vez mas redondas, más pequeñas y más suaves, o al menos tan suaves como puede llegar a ser algo tan duro. No era la primera vez que bebía, pero sí la primera que lo hacía con la intención de embriagarse. Estaba mas que enterado de los efectos devastadores que el licor causaba en su organismo y en su estado de ánimo; pero veía en aquello la oportunidad de perder su estado consciente sin recurrir al sueño.

          La taberna donde estaba no la había elegido al azar, llevaba varios años pasando por allí cuatro veces al día mientras se desplazaba de su casa al trabajo y viceversa. Siempre le había parecido un sitio frío donde iban los vecinos a tratar de llenar sus vacías vidas, por lo tanto no había reparado mucho en la gran puerta azul cuya madera evidenciaba ya el deterioro normal de los años, y la docena de manos de pintura que sobre ella habían aplicado. La manija de la puerta era de un color cobrizo, que en nada beneficiaba la estética de la puerta, pero que al parecer hacía juego con el color del cabello del tabernero.

          Sobre el mostrador y aunque las grandes manos del tabernero se esforzaban por limpiar, estaban los redondeles que dejan los vasos mojados al solo contacto con el vidrio puesto sobre la mesa. La presencia del vidrio no solo se limitaba a mantener la madera del mostrador seca y facilitar la permanente labor de las grandes manos, sino que el sonido que surgía al poner sobre el vidrio los vasos ya vacíos de licor, simulaba un brindis tardío en soledad.

          Las manchas de los vasos formaban entre sí distintas figuras, por ejemplo aquella donde estaba el vecino con cara de envidioso, parecían los anillos de los juegos olímpicos; mientras que la que formaba él con su copa siempre llena era estudiadamente un solo círculo perfecto, intencionalmente le gustaba que cada cosa estuviera en su lugar y el sitio elegido para colocar la copa no iba a ser la excepción. Ver los círculos dejados y el reflejo de la puerta sobre el vidrio del mostrador lo había distraído un poco de su gran preocupación.

          Llevaba semanas sin dormir, y aunque se repetía dos y tres mil veces que no era su culpa, un resquicio de su mente le indicaba que el gran peso con el que cargaba, era producto de su ahora mala decisión. Conocía cada rendija del techo de su casa, cada sonido repetido a lo largo de la noche, podía describir con lujo de detalles las ondas causadas por el viento en las cortinas de su alcoba durante las extensas noches de insomnio. Observar minuciosamente las pequeñas cosas y sus variaciones se le había hecho normal, por eso ahora que intentaba recontar el número de vigas en el techo de la taberna entre la puerta de entrada y las cortinas tras las que se ocultaba el orinal, le parecía cosa fácil, incluso después de cuatro tragos dobles seguidos. La salida abrupta de alguien que levantó violentamente la cortina del orinal, le distrajo del objetivo, pero regresó con su mirada a la viga donde estaba instalado un amarillento bombillo y recomenzó: Dieciocho, diecinueve... cuando llegó al final de la cuenta, se sorprendió al no coincidir el número con el resultado final. ¿33? Me faltó una viga, caramba, empecemos de nuevo.

          Empezar de nuevo, como si pudiera recomenzar y olvidar como empezaron las cosas. Una vez empezado no había forma de regresar; y recordó que su falta de sueño comenzó precisamente con uno. El más famoso tal vez, o al menos en su país; el más comentado: El sueño americano. Su idea no era llegar a ser americano, pues ya lo era, su idea era ir a Estados Unidos, establecerse allí por unos años y trabajar hasta lograr un capital que le permitiera regresar a su país a disfrutarlo (al país y al dinero, por supuesto). No quería irse como tantos que viajaban con visa de turista (o sin ella): con la idea fija de quedarse en una larga temporada y no precisamente de vacaciones. Su idea era mas elaborada, aunque no mucho, lo primero era entonces aprender el idioma. Se matriculó en una prestigiosa academia y se esforzó cuanto pudo. Aquí comenzaría entonces su martirio.

          Otro de sus pasatiempos en las noches insomnes, era tomar una palabra y descomponerla hasta volverla difusa: soñar, sueño, sonoro, año, dueño, saña... Dream, Ice cream, team, jean. Sus pasatiempos eran ya tan extraños como su mirada, que extraviada se la había encontrado frente a frente en el reflejo del vidrio del mostrador. Sus ojos estaban enrojecidos, ya no sabía si por las noches en vela o por los seguidos tragos que se había tomado esa noche. Su mente ya no hilaba, estaba tan embotado que las marcas que antes le parecieron la imagen de los anillos de los juegos olímpicos, eran ahora un solo y concéntrico círculo que giraba alrededor de las manotas del tabernero que ahora lo tomaban por los hombros para que no cayera redondito al piso. El hecho de sentirse caer le despertó de su buscado letargo y quiso desplazarse hacia el orinal, dio un paso y se sintió de pié en una montaña rusa, el segundo paso fue más estable aunque debió apoyarse en la manija de la puerta que estaba detrás de él, por fin se reincorporó y caminó despacio debajo de cada una de las 34 vigas contadas y recontadas. La distancia que antes parecía corta se hizo en más tiempo del calculado, pero cruzó airoso el umbral de la cortina para apoyar sus manos en el muro mientras dejaba salir sus gotas en varias direcciones, por fin pudo establecer el centro y una sensación de alivio le recorrió de izquierda a derecha con breve temblor al centro.

          Debo regresar a casa, es suficiente este intento para ver que he logrado con ello, se dijo. No pudo lavarse las manos, pues no encontró dónde hacerlo y se abrió camino entre las cortinas para atravesar de nuevo el salón, pedir la cuenta y ver el lavamanos entre el muro y la puerta azul, extraño sitio para ubicarlo, y extraño sitio para dejar atravesada una trapeadora con que se golpeó la pantorrilla, se lavó allí mientras le calculaban cuanto pagar por sus siete tragos. Mientras le pasaba el dolor por el tropiezo, pagó y se marchó a casa.

          Al llegar al frente de la puerta de su casa, buscó las notables diferencias con la puerta oculta-lavamanos en que se había mojado también la cara. Metió su delgada mano izquierda dentro del bolsillo buscando las llaves y las sacó intentando no hacerlas sonar entre sí; apuntó como pudo hacia el centro de la cerradura y con ayuda de la mano derecha logró quitar el cerrojo que lo mantenía afuera. Llegó como pudo hasta la cama, se dejó caer de espaldas en ella y sintió de nuevo el ardor como de piedras con muchas aristas que recorrían a gran velocidad su garganta, pero esta vez en dirección contraria. De un salto llegó al baño para abrazarse al sanitario, sentir sudorosas gotas heladas en su frente, gotas calientes en sus brazos y un enjambre de abejas alborotadas en su estómago.

          Se lavó por partes manos, boca, nariz, orejas... dejó de nuevo la toalla con que se secó, en su sitio acostumbrado. Regresó a la cama, se sentó lentamente, se llevó las manos a la cabeza, se recostó despacio y se quedó dormido de inmediato.

          De nuevo allí en su sueño comenzaron sus temores, alguien se le acercó y comenzó a hablarle, lo veía fijo a los ojos, luego miraba con atención sus labios en movimiento, de nuevo una mirada a los ojos; y entonces esas ganas de decirle que no le entendía nada, que lo que le decía se perdía en el camino a sus oídos; que no comprendía una sola palabra. Le gritó tan alto como quiso: déjame en paz o háblame en mi idioma; no me jodás que me vas a enloquecer pues no te entiendo un carajo. No soportaba mas la presión de no ser bilingüe, hablaba de rayos, y de piedras. El silencio llegó a la boca de quien antes le hablaba. Los demás, que ahora le rodeaban lo miraban extrañados; sin comprender.

          Pero si el que no entiendo soy yo, caramba, si he perdido mi intimidad, mi sueño, mi conciencia, mi inconsciencia, si no entiendo ni forro de lo que me dicen; les decía mientras los lagrimones iluminaban sus ojos cada vez más rojos. Si llevo semanas sin querer dormir siquiera, si me embriago con la intención de no soñar mas en otro idioma. Si he perdido la razón, las ganas de soñar, si he perdido todo.

          Entonces ocurrió que fue tanto el desespero, que se despertó. Pero envalentonado por los tragos y mientras con el rabillo del ojo miraba el diccionario ubicado en el tercer estante bajando, empezando de izquierda a derecha; entre el libro número nueve de color amarillo y el quince si solo cuentas los verdes. Mientras se aferraba con su pupila al lomo de su diccionario, iba regresando con ánimo de revancha al mundo de los sueños a enfrentarse a sus fantasmas. Una vez allí, sorprendido por lo que estaba haciendo, escuchó salir disparada de sus labios una frase; pensada, construida, dicha toda en un perfecto inglés. Todos los integrantes del sueño la entendieron, se acercaron de nuevo y empezaron a hablarle mientras él les respondía con absoluto dominio.

          Se levantó como un resorte, se paró de un brinco sobre la cama, saltó hasta casi rozar una de las tantas veces observadas rendijas del techo de su casa, se lanzó sobre las ondas causadas por el viento en las cortinas de su alcoba; se cubrió con las cortinas su cara descompuesta, los ojos salidos de sus órbitas mientras pensaba como diablos dormiría ahora tranquilo si no entendía ni lo que él mismo decía en sueños.



Aymer Zuluaga
Envigado, Colombia.

Enero
2004