doblepensar     


Para un horizonte nuevo
José Repiso Moyano



                    

       Los pueblos no han merecido la mayoría de sus gobernantes; porque la mayoría de sus gobernantes no han ido a resolver cuestiones sociales, sino cuestiones de poder, justificando todo tipo de sufrimientos, de extorsiones a quienes trabajan -desde abajo-, por el bien de la patria. Los políticos decepcionan cuando acuñan un protagonismo inmerecido que endiosan, que inflaman de grandiosidad y de delirio patriótico, pasando a un último lugar las libertades condescendientes del pueblo o los derechos humanos que tantos esfuerzos e ilusiones han significado.

       El poder depravado de sí mismo ha sido el gran mal de los siglos sin levantar la voz por lo digno para todos, sin volver en sí hacia la humildad para acordarse del que apenas sobrevive, del que no sale de la miseria por darle una mínima garantía -que para eso está el Estado- de protección gobernativa.

       El poder es, en vez de protector de todos, benefactor de unos pocos y dueño y Señor de todos. El poder es casi siempre egoísmo que teje o defiende un "tercermundismo" en la intrahistoria de su país, el de los no-elegidos, el de los que no cuentan para justificar el progreso conseguido -por eso ni se les dignifica siquiera-.

       ¡Ah!, si el poder no creara adicción a su grandeza, entonces, creería más en él; pero..., es tan volátil a la justicia que esperan millones de personas, que debe vigilarse siempre con una postura crítica e inde pendiente.
Fuera de su cerrazón, debería permitirse una oportunidad para arreglar las cosas y, en cuanto se desaprovechase esa oportunidad -porque la injusticia social persiste-, entonces, que se invitaran a otros con otros proyectos para arreglarlas. Pero no, sólo en los países escandinavos se cumple algo de esto.

       En cambio, la política de Bush y ahora más la de Castro -porque el régimen castrista no se engendra como una dictadura que suprime las libertades, de toque de queda o de silencio, sino como una expresión general del pueblo; por lo que sólo se ha degradado o es ahora el deterioro de un gobierno, no democrático por supuesto- no consideran en su máxima extensión que los derechos humanos existen y que, también, la libertad política existe para no ser encarcelado sin previo juicio imparcial nadie.

       Pero ocurre que, cuando un torturador es un desconocido, a veces lo reconoce porque se le echa encima la desaprobación del casi cien por cien de la sociedad; sin embargo, cuando el torturador es un poderoso, jamás lo reconoce porque se siente protegido por los que ha embaucado o enloquecido con su sentido de patria o con su sentido de liberación fundamentalista.

       Así, los dictadores o los gobernantes autoritarios nunca reconocen sus torturas o sus crímenes o sus persecuciones tal como se dice y se demuestra luego, porque son líderes de una gran liberación, aunque esa liberación les haya supuesto asesinar, exterminar a los que piensan contrarios a ellos.

       En Chile, el general Pinochet, el general Contreras, los torturadores Marcelo Moren Britto, Osvaldo Romo, Manuel Rivas, etc., siguen "vivitos y coleando" ante la justicia porque son "justos" ante su causa y no son malos según ellos; esto es a bien decir, que han matado por el porvenir de Chile porque son "los rojos" demonios claramente para asesinarlos cuando se precise.

       Sí, esto es lo que ha pasado en muchos países, incluido España, que un "lindo" generalísimo se apropió de la voz divina asesinando por doquier o justificando matar -que es lo mismo- a los que pensaban distinto a él. Y ya, cuando se le sube la grandeza a la cabeza, no hay cuenta atrás, es por entonces que los representantes de las altas esferas o los otros poderes se arriman a su culo y crean un corporativismo de lameculos -y no existe mortal que los separe de él, además de que ni siquiera piensan por ellos mismos para tener "conciencia limpia", a la que aluden como puercos mentirosos. Esto es lo grave y la censura de algunos medios de comunicación.



José Repiso Moyano
San Marcos, Málaga, España.
Ha publicado: Cantos de sangre (Ediciones Rondas,Barcelona, l984) y La muerte más difícil (Ediciones Torre Tavira, Cádiz, l994). Ha ganado los premios: "Ángel Martínez Baigorri" de Navarra; "Encina de la Cañada" de Madrid. Es asesor literario de la colección Torre Tavira de Cádiz. Ha colaborado con ensayos, artículos, poemas en más de 100 periódicos de todo el mundo.