deshoras     


Ojalá
César Hernández


“Ojalá pase algo que te borre de pronto
Una luz cegadora un disparo de nieve
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
Para no verte tanto para no verte siempre
En todos los segundos en todas las visiones”
             
 Silvio Rodríguez


                     Aislar; Acto de apartar, de incomunicar. Así es como me gustaría estar ahora: Aislado, separado de todos. Quisiera salirme de aquí inmediatamente; dejar esta silla, este vino y lanzarme a la nada con todo lo que de mí pueda tener este mundo, que no quedara ni mi rastro. Cuando era niño cerraba los ojos y ya nadie me veía, no sabían dónde estaba; Podía esconderme en cuestión de un parpadeo. Ahora es diferente, viene hacia mí y no basta con cerrar los ojos. La única puerta esta precisamente a sus espaldas. Sé que se rompió el equilibrio y quisiera fugarme antes de que llegue a mi mesa y pase lo que no debería pasar.

***


                     ¿Cómo no haber visto el nombre? No era imposible leerlo, aunque para otros ojos menos expertos que los míos, lo digo sin vanidad, tal vez les hubiera pasado desapercibido; Otras formas los hubieran distraído y quizás el nombre pasaría invisible. Enmarcadas, con el tradicional fondo negro de las formalidades, las letras blancas decían OLIVIA. La blusa violeta, holgada y de gran escote, adecuada para el calor, servía de soporte a la placa a la altura del seno izquierdo, el pequeño rectángulo se depositaba ligeramente sobre la parte superior, diría yo, ya que al pasar cerca de ella pude adivinar un pequeño botón que se insinuaba bajo el letrero, en la blusa, y que por simetría pude encontrar el otro al lado derecho, exaltados ambos por el aire frío del ventilador en la entrada.

                     Yo seguí al muchacho que me recibió. Pensé que otras visiones más placenteras me hubieran esperado si hubiese sido ella la que me escoltara pero la fortuna no me había sonreído en esa ocasión. Iba a comenzar con la operación de analizar los detalles, de hurgar en la memoria reciente para encontrar lo que este inoportuno gendarme, que ahora me señalaba un asiento, me había negado cuando su voz me sacó del trance; ¿Algo para tomar?

                     Ver es una operación compleja, no solo comprende la recepción de los estímulos que se llaman visuales, además incluye la discriminación y análisis de ellos hasta que se forman en nuestra conciencia las imágenes de los objetos. Lo que vemos es una acumulación de sensaciones y nuestra labor, como la labor del paladar que es degustar los sabores, es formar las imágenes de los objetos en nuestra mente. Yo voy más lejos... he ejercitado mi visión para que una vez construida la imagen objetal pueda acomodarla y pensar como sería ella sin tal o cual objeto o, tal vez más arriesgado, como sería el objeto si retiramos el resto de la imagen.

                     La botella verde que me traen ahora tiene una etiqueta que entre otras cosas contiene la imagen de un viñedo, una carreta, un caballo, una montura, ciertos dibujos en la montura que me recuerdan a las Pampas... el mesero me señala la fecha, el cree que eso es lo importante, así se lo ha dictado la costumbre... yo veo las Pampas y las reconstruyo en mi mente. Acepto la botella por cortesía.

                     He aquí que descubro que no he sido tan desafortunado después de todo, ella esta frente a mí, parada esperando a algún posible cliente. Bebo un poco de la copa y veo.

                     Yo no conozco a Olivia; Con esto quiero decir que nadie me la ha presentado y que yo no me he presentado con ella. Sin embargo nada me impide verla. Más que ver a Olivia, debo aclarar, que veo a su cuerpo. Lo que hay de la persona de Olivia me es ignoto y ajeno. Sin embargo su cuerpo se me presenta a mí cómo estímulo visual que me causa, entre otras cosas, adicción. No se entienda que de alguna forma conozco al cuerpo de Olivia; nada de eso hay en mi experiencia. Su imagen es la que ahora me es familiar.

                     Veo a Olivia, la Imagen-Olivia, y un fantástico mundo de posibilidades se insinúa para mí. No me demoro en composiciones superfluas, Olivia-puerta, Olivia-Ventanal, Olivia-todo, todo-sin-Olivia. Me detengo en Olivia, solamente Olivia. La abstraigo, la levanto, la tomo por el centro gravitacional, degusto su geometría, las curvas, la curva más pronunciada de Olivia-de-puntitas, la contorsiono y la dejo así por un momento, ahí está el triángulo entre las caderas, la giro y el triángulo muta a curvatura, esferoides en colisión, la traslado y ahora es cuerpo con sombra izquierda, la devuelvo. Me detengo. Pienso que la Imagen-Olivia me recuerda a algo. Busco en mi memoria para reconstruir la sensación. Otro sorbo a la copa. No la encuentro. Pienso en Olivia poseedora de un mensaje o de varios mensajes; inscritos en esa superficie que la limita y define como única entre los otros objetos del mundo. Superficie portadora de mensajes y a la vez mensaje. Mensaje cifrado, codificado... pienso en el código de acceso, en la infinita combinatoria de su geometría, la secuencia correcta que la llevará a revelarme sus otros mensajes para desembocar al fin en la reconstrucción de la sensación que busco.

                     No sé cuanto llevo en esta búsqueda pero ahora caigo en la cuenta que Olivia me ve, me observa. No parpadea y no se mueve. Ha aprendido. Siento su abstracción sobre mí. Ya no estoy con las cosas, Ya me mueve, me gira y me devuelve. Al cabo de un rato da un paso al frente y se dirige hacia mí sin regresarme a los otros objetos. Tiemblo, he descubierto que “ver” involucra también “ser visto”, además que ver y ser-visto conlleva a un equilibrio, a un intercambio de mensajes indescifrables, a un infinito de posibilidades, de movimientos, traslaciones, giros, alargamientos y compresiones a fin de crear sensaciones irrepetibles en el afán de recuperar las pasadas. Ella no ha comprendido esto último, si me habla romperá el equilibrio, si se presenta ya no será la Olivia indescifrable, ya no será para ver ni ser-vista... Quiero correr. Ya frente a mí la veo abrir la boca.




César Hernández
César Hernández es el tercer hijo de una familia que tiene siete herederos. Nacido allá en la medianía del ´65 en un paseo providencial que incluía una breve estancia en Guadalajara. Circunstancia, más o menos fortuita, que lo autoriza a colgarse el título de tapatío. Ingeniero de profesión y aprendiz de escritor por ocio. Sádico por naturaleza pero con un muy alto sentido de la conciencia, reconoce en su público a los infortunados conejillos de indias de sus primeras letras, razón por la cual aprovecha para poner el siguiente buzón electrónico para acoger las sugerencias o quejas que sus desbalagadas letras puedan generar: cesarhdez65@hotmail.com


julio
2003