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¿Valió La Habana una Misa?
Pablo Cassi



                   Al parafrasear a Enrique IV, para quién París bien valió una misa, no pretendo trazar ninguna coordenada histórica en relación al viaje que el Papa Juan Pablo II, realizó a Cuba en 1998. Transcurridos cinco años de la visita del Pontífice, me pregunto si ese peregrinaje, él que se recuerda como emotivo y memorable para los católicos cubanos, logró frustrar la permanente estrategia de víctima, que Castro ha empleado en foros y convenciones internacionales para acusar al gobierno norteamericano del bloqueo internacional y por ende de todos los males que padecen los habitantes de la Isla.

                   No fue ningún secreto para la prensa internacional, lo que Fidel perseguía con la visita del Jefe del Estado Vaticano: remozar su opaca y sombría imagen de “tiranuelo del caribe”, y de paso legitimar su régimen, culpando a los disidentes internos y externos de los escasos éxitos de la revolución cubana. Una pregunta no se hace esperar ¿Se salió Castro con la suya cinco años después?.

                   Hoy los analistas en la inteligencia política, deducen que este encuentro no fue una derrota para el dictador, como muchos lo creyeron en un principio. Al contrario el líder marxista, explicó lo inexplicable, y aún así, todos creyeron en su condición de víctima.

                   Previendo el Vaticano que Castro trataría de explotar supuestas afinidades o convergencias con el director espiritual del catolicismo mundial, éste último deslindó desde un comienzo su accionar. El Papa se declaró revolucionario, pero hizo una distinción “A diferencia de las revoluciones preconizadas por indistintos jerarcas, la revolución de Cristo es de amor. Las otras son de odio y venganza”. Acto seguido definió su viaje a Cuba con los siguientes términos “Está claro que los derechos humanos son el fundamento de toda civilización, lo digo por la confrontación que hubo entre Polonia y la Unión Soviética, un sistema totalitario de triste recuerdo”.

                   El avión de Alitalia que trasladaba al Vicario de Cristo, estaba esa mañana de marzo de 1998, a minutos de posarse en la loza del aeropuerto José Martí de La Habana. La comitiva del Romano Pontífice, sabía de memoria el show y la parafernalia que el Comité de la Revolución, había preparado. Desde una ventanilla del avión, el secretario privado del Papa, observaba a Fidel en sus desplazamientos previos a la recepción oficial. El mayor antiimperialista de la historia, a diferencia de su gabardina color verde oliva, vestía de civil y cuidaba en forma rigurosa cada uno de sus gestos; no fuera a ocurrir que en medio de tanto protocolo, el máximo líder de la Isla se saliera de madre. Castro se inclina ante el Papa, antes lo hizo con la misma animosidad frente a los mandamases de la ex-Unión Soviética. El hombre, sin lugar a dudas tiene experiencia en este tipo de encuentros internacionales. No en vano lleva más de cuarenta años repitiendo el mismo libreto. Su rostro proyectado en todas las pantallas del planeta, otorga una imagen de monaguillo en el día de su primera comunión. Nadie puede creer lo que está ocurriendo en Cuba. Algunos se preguntaron si Castro esa mañana tuvo un ataque de arrepentimiento. ¿Qué fue lo que sucedió realmente ese día en La Habana? Está interrogante sigue aún vigente en el espíritu del pueblo cubano.

                   Palabras, palabras, tan sólo palabras, se denominó ese primer capítulo. Fidel Castro como es una costumbre en él, se desprendió del dictadorcillo que lleva consigo y con paso mesurado se apoderó del estrado para irrumpir la quietud con algunos de sus sofismas preferidos. Acusó a España de haber exterminado en América a setenta millones de indígenas y a quince millones de africanos. Subliminalmente acusó de esta tragedia a quienes actuaron amparados en oscuras vestiduras, “pecaron de omisión, no hicieron nada para impedir estos genocidios”. Fidel habló en aquella oportunidad como si nada hubiese ocurrido en la última década del siglo XX. Ignoró la caída del muro de Berlín y los socialismos reales.


                   A pesar de esta insólita bienvenida, el mensajero de la vida no se inmutó, no obstante que la prensa la calificara de poco protocolar y algunos de irreverente. Sentado en su sillón predilecto, él que se ubicaba a metros del paraninfo, Juan Pablo II, no se dejó llevar por la verborrea y la acostumbrada demagogia que el dictador ha memorizado con exacta precisión. El Pontífice en su rol de mensajero de la verdad y de la esperanza, conocido en su juventud como “el Huracán” Wojtyla, (por sus condiciones de boxeador) sacudió con una homilía el rostro de la dictadura cubana y sus cimientos no tardaron en tambalear. Este primer gancho a la hipocresía del sistema totalitario, fue considerado como un golpe bajo por los lacayos de Castro. Fue entonces que el “polaco”, volvió nuevamente a la carga con su artillería pesada, “un estado moderno no puede hacer del ateísmo un ordenamiento político y social”, para después agregar “Cuba debe educar a sus jóvenes en la virtud y en la libertad”. Reclamó, asimismo, una sociedad de derecho, pluripartidista y evocando a San Lucas, declaró “el espíritu del Señor me ha enviado para anunciar a los cautivos la libertad, para dar libertad a los oprimidos”.

                   Concluida la ceremonia de “bienvenida”, en el principal aeropuerto de la Isla, los enviados especiales de las agencias noticiosas del orbe, informaron minuto a minuto lo que ocurrió en las calles de La Habana. Un antiguo convertible negro, herencia de la dinastía de Batista, trasladaba al representante de San Pedro hacia una antigua casona, residencia del Nuncio Apostólico, mientras en el trayecto miles de hombres y mujeres alzaban en su mano izquierda banderas de Cuba y El Vaticano.

                   Un periodista del diario ABC de Madrid, público en la página de comentarios internacionales, un artículo que tituló “¿cuánto tiempo más debemos seguir escuchando los sofismas de Castro?”. Transcribo algunos de estos fragmentos de la publicación: “Como esos imponentes pájaros de acero que, con el nombre de concordia surcan los cielos, el Santo Padre rompe en Cuba la barrera del sonido y rompe también la barrera del miedo. Amordazado y escarnecido durante cuatro décadas, el pueblo cautivo responde a la exhortación del Papa –No tengan miedo—coreando con euforia, el Pontífice nos quiere libres. No falto el ingenio y la agudeza de los cubanos, esta vez considerada en un sutil estribillo con ritmo de salsa “Papa, amigo, llévatelo contigo”.

                   Otro articulista del Miami-Herald, escribía por aquellos días la siguiente reflexión: “si bien es cierto que Castro ha sido el mejor actor de sí mismo y de su propia compañía, su reciente comedia presentada no alcanzó a emocionar ni al más fanático de sus seguidores. Castro sabe de ante mano que su revolución naufragó en el océano de sus propias utopías. A renglón seguido el articulista escribe: “Sí bien es cierto que el pueblo de Cuba no puede alzarse en armas, pero sí esa vez se levantó en almas”, para más adelante agregar, “este resurgimiento espiritual es indispensable para la conquista de la libertad. Los tiranos quiebran la resistencia cuando apagan la fe, los pueblos se libertan cuando recobran la esperanza”.

                   Inspirado en los mensajes de Juan Pablo II, Monseñor Pedro Meurice Estíu, Arzobispo de Santiago de Cuba dijo en su primera prédica dominical: “Le presento Santo Padre, el alma de una nación que anhela reconstruir la fraternidad a base de libertad y solidaridad”. Acto seguido el prelado censura a los que “han confundido la Patria con un partido político y la cultura con una ideología”. Fustiga el marxismo-lenimismo inducido como una verdad absoluta y exhorta al pueblo a “desmitificar los falsos mesianismos”.


                   uan Pablo II, durante su estadía en la patria de José Martí, hizo solamente una mención a las sanciones económicas, impuestas por Estados Unidos a Cuba, declarándose contrario a todo tipo de embargos. Su leit motiv fue que “Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”. Analistas y cientistas políticos de indistintas corrientes ideológicas respaldaron esta declaración del Papa, entregando un documento público, él que fue firmado por treinta y siete de los cuarenta asistentes. Parte del texto en cuestión es el siguiente: “hay que desencadenar el espíritu del pueblo cubano para que la ayuda foránea fructifique en beneficio de la nación que sufre, y no de la tiranía que la oprime”.

                   Castro a la distancia escucha y se informa de todo y luego sonríe cada vez que se hace alusión a su gobierno. Levanta su mano izquierda y con la otra palmotea a sus camaradas, como si nada de lo que allí se hubiese dicho tenga relación con su gobierno. Fidel, no en vano lleva más de cuarenta años en el poder, él conoce bien su juego y cada vez que juega, lo hace ganador.

                   Castro, nunca temió la visita del Papa, al contrario la deseaba, pues sabia que al final de cuentas él ganaba, porque una vez más tendría la oportunidad de dar a conocer al mundo, algunos gestos de seudodemocracia y los eternos efectos luminosos de una parafernalia socialista, la que a duras penas sostiene y debe seguir sosteniendo con trasnochados discursos, los que en definitiva, no buscan alimentos ni medicinas para el pueblo, sino que el financiamiento para seguir manteniendo su torpe utopía.

                   En La Habana vieja, una mujer con fuertes rasgos africanos ve la suerte a los turistas. Ella asegura que fue la primera en decirle a Fidel, cuando éste era un joven revolucionario, que sería el único presidente de América que moriría en el ejercicio del poder. Lo que la mujer no dijo con exactitud fue el número de años que Castro gobernaría la Isla. Los habitantes más antiguos de la capital cubana, aseguran que muchos de ellos, han heredado ciertos secretos que permiten predecir algunos fenómenos paranormales. Hay quienes conforman el denominado círculo de hierro de Fidel Castro, un grupo de adivinos, los que en un alto porcentaje, han evitado más de un millar de atentados contra el dictador. Hasta los más incrédulos se han preguntado en más de una oportunidad ¿cómo se explica, que nada ni nadie haya sido capaz de acallar al mayor sofista del siglo XX y me comienzos del XXI?.

                   Puede parecer una casualidad, quizás una mera coincidencia, que durante la breve estadía del Santo Padre en la Isla, a menos de quinientas millas marinas, en la Casa Blanca, estallaba el escándalo más bullado de la historia Norteamericana, el descubrimiento de la dudosa amistad entre el presidente Clinton y su secretaria Mónica Lewinsky, noticia que recorrió el planeta y que Fidel supo capitalizar en su discurso de despedida al Romano Pontífice. Empleando el mismo ritual que había exhibido días antes, Castro exhortó nuevamente al imperialismo norteamericano, “esta vez no para criticar su política exterior ni el bloqueo a su país, sino más bien para instarlos a depurar la hipocresía de los gobernantes, el doble estándar de sus habitantes y conminarlos a mejorar su escala de valores y no buscar la paja en el ojo ajeno”.

                   En medio de una tarde húmeda y moderadamente calurosa, cuando algunas gotas anunciaban una lluvia tropical, el dictador del Caribe, una vez más emplazó en presencia de Juan Pablo II al entonces presidente Clinton, catalogándolo de “perturbado mental, hipócrita y enemigo del pueblo cubano”.

                   Transcurrido cinco años desde que el Papa visitara Cuba, las cosas no han cambiado en la Isla, se puede decir más bien que éstas han empeorado en los últimos días con la detención de ochenta destacadas figuras públicas pertenecientes al movimiento pro-democracia, entre las que se encuentran los poetas y periodistas Raúl Rivero y Héctor Palacios Ruiz, ambos líderes nacionales. Como si esta fuera una acción aislada del régimen, tres isleños fueron ejecutados por intentar huir de cuba en una embarcación que tomaron por asalto.


                   Más de alguien podría preguntarse: “¿cómo puede Cuba cometer estos flagrantes abusos y además negar el ingreso de un relator en materia de derechos humanos. Más allá de estos hechos deleznables, los que han merecido la ardua crítica de un importante número de intelectuales, estas sanciones morales no han tenido eco en la cúpula castrista; al igual que la insistente petición de un grupo de parlamentarios chilenos para viajar a ese país y tomar contacto con los escasos integrantes del denominado movimiento pre-democracia cubana, nos ratifican que la política de Castro no tiene contrapeso y que el dictador, seguirá haciendo de las suyas tal como lo vaticinó aquella vieja mujer en una calle de La Habana.


                   ¿Valió La Habana una Misa?


* Lea la "Carta Abierta para los Poetas Cubanos" de Pablo Cassi


* Lea La entrevista del diario Clarín con el Comandante Fidel Castro



Pablo Cassi
Putaendo, Chile. 1951.
Periodista, editor y director de la Gaceta Municipal de San Felipe.

Asesor Cultural de la I. Municipalidad de San Felipe desde 1980 a la fecha.
Algunos de sus libros publicados: Surco y presencia, Intimo desorden, Secreta convicción, Tu projimo inevitable.

www.websamba.com/pablocb


junio
2003