renglones torcidos     

ERROR SF0006
Andrea Bárcena


        En las oficinas de Selección Natural Optimizada, Ana termina su jornada habitual y cierra los archivos del programa EPUD, como todas las noches. Coloca las claves de seguridad y se retira a su cálido departamento, pensativa.

        Perfeccionista como es, Ana se despierta dos horas después de haber dormido profundamente, ansiosa por un dato que sus filtros mentales han retenido porque no fue conscientemente analizado ese día, en el momento en que apareció en pantalla. Se trata de un nombre: Helena Munich. Pero no es el nombre lo que hace ruido en la mente superior y aséptica de Ana, sino el conjunto de su expediente. Hay algo que no es exacto. ¿Analizarlo mañana y descansar ahora? No, eso le parece imposible, ella no puede posponer una inquietud de este tipo, por algo conquistó su puesto actual: por la precisión y pulcritud de su inteligencia tipo 7-A, ésa que fue identificada desde el año 2050 como la que es capaz de aplicar una memoria reconstructiva casi perfecta. A Ana ningún dato puede escapársele ni confundirla.

        Los archivos del programa EPUD son tan inequívocos, gracias a que sólo son manejados por quienes tienen una inteligencia como la de Ana. Nadie puede violar las reglas. Nadie puede procrear hijos si no cumple con los requisitos biológicos, psíquicos, biográficos y económicos precisos, determinados por el programa para la Evolución Perfecta Universidad Diversidad, EPUD.

        A la misma hora de la noche, otra mujer también tiene dificultades para conciliar el sueño. Se trata de Helena. Ella teme ser identificada en su identidad verdadera, pues a pesar de sus óptimos datos no ha podido lograr la autorización del EPUD para tener un hijo. En su cama, con los ojos cerrados, ruega al Azar --el Dios de estos tiempos-- que su complicidad con el destacado astronauta Vicente Irish, le ayuden a conseguir lo que tantos miles de mujeres desean en este mundo.

        Fue su abuela quien le contó que, en otros tiempos, muchas mujeres luchaban por el derecho al aborto. ¡Qué increíble!, piensa Helena. Le es difícil imaginar que eso hubiera ocurrido alguna vez, tan sólo medio siglo atrás.

        Vueltas y vueltas en la cama, la impostora juega con la fantasía de un bebé sonriente, imagina lo hermoso que será besarlo, tocarlo, alimentarlo, verlo crecer.


        ¿Me sorprenderán?, se pregunta asustada, porque sabe que eso no sólo le impedirá reproducirse, sino que, además, sería condenada a unos años de cárcel. El riesgo vale la pena, se dice, arrinconando sus miedos.

        Cuántas cosas no ha intentado Helena para obtener este permiso, pero nada resultó hasta ahora. Su última esperanza es este falso matrimonio con el piloto sideral. La última esperanza para lograr lo que su bisabuela llamó una vez el mayor lujo del cosmos, en un artículo periodístico que escribió hace más de 70 años, en 1989. Helena recuerda y trata de relajar la mente, repasa los relatos de su abuela: en esa época, 15 millones de niños morían de hambre cada año en el mundo, por la falta de planificación: sobraban alimentos y tecnología, pero la distribución era pésima. No como ahora, con un mundo bien planificado, perfectamente planificado para la supervivencia y la evolución de la especie.

        En aquel entonces, los que más hijos tenían eran los menos aptos, los más pobres, los más ignorantes, y el mundo se poblaba de gente cada vez con menos capacidades.

        Por eso la globalización de los mercados y de la cultura llevó finalmente a la planificación global y, en consecuencia, al control de la reproducción de la especie.

        Pero, ¿qué haré yo, si fracasa mi plan?, se pregunta insomne y sudorosa Helena. ¿Qué haré con este deseo incontenible de tener un hijo?, y llora.

        En ese momento, se escucha el reloj electrónico central en todos los recintos privados de los ciudadanos. Son las 4 de la madrugada. En ese preciso momento, la memoria de Ana ha reconstruido los datos del expediente: cariotipos, prueba cromosómica, análisis ADN y RNA y entonces viene el insight, ese tipo de orgasmo mental tan conocido por Ana. Sabe ya, desde su cama, horas antes de corroborarlo en su computadora, que Helena Munich no es otra que Luisa Point, aquella latina que trató de suicidarse cuando le fue negado el permiso de reproducción por tercera vez.

        Ahora sí, por fin, Ana logra dormirse tranquila, mañana enviará a la central del EPUD un aviso de alerta sobre ERROR SF0006 y se negará el permiso de reproducción y habrá orden de aprehensión contra la falsa Helena.

        La falsa Helena también ha logrado conciliar el sueño, su rostro calmado parece el de una mujer feliz, ella sueña que podrá darse el mayor lujo del cosmos.


* * *


        Cuando Luisa Pointer (la falsa Helena) llega a la cárcel (llamada así por los grupos inconformes), es decir, al Centro de Terapias y Desarrollos Múltiples, nada le sorprende respecto a la comodidad y el lujo del lugar. Es una mezcla de hospital, hotel y escuela de lujo. Ella sabe, por referencias de sus amigos, que ahí estará muy bien atendida y que tendrá la posibilidad de desarrollar talentos artísticos o intelectuales. Es un verdadero instituto de rehabilitación y desarrollo. El miedo de ella, su dolor y su enojo son por otras razones. Sabe que en ese lugar será sometida como castigo (“protección”, lo llamaban los médicos) a la Terapia de eliminación de instintos primitivos femeninos: una parte de su cerebro será reprogramada; sus anhelos de ser madre serán eliminados y dar a luz a un hijo, de ahora en adelante no podrá verlo más que como un hecho vulgar, digno de las vacas y de otros mamíferos inferiores.


Andrea Bárcena
México D. F.
Sicóloga y maestra en Ciencias de la Comunicación.
Su trabajo principal se ha desarrollado en el campo de los Derechos Humanos.
Autora de libros y una gran cantidad de artículos ha ejercido el periodismo en publicaciones como La Jornada, Proceso y el Universal. Actualmente se dedica exclusivamente a escribir.
marzo
2003