renglones torcidos     

Anécdota 21,802
Karen G. Rodríguez Montiel


       El lugar era un desorden, muebles viejos, anaqueles abandonados que alguna vez me sirvieron para guardar mis triques y de pared a pared, tendederos llenos de ropa recién lavada. Había un cambio, mi maquina estaba arrumbada en un rincón y, en lugar de ella, sobre mi viejo escritorio, una computadora nueva, la última tecnología. No le tome mucha importancia y continué curioseando a ver que me más encontraba.

       De los dos anaqueles metálicos, pintados de color café y de aspecto setentero, abrí uno. Tras encontrarme con bicho acorazado, con su concha con picos como si fuera un cacahuate gigante garapiñado al cuál le colgaba una esferita de seda, como la de las arañas capulinas, pegue un grito salí de aquel lugar asustada pidiéndole auxilio a mi mamá.

       Minutos después regrese con apoyo. Le enseñe a mi mama en donde estaba el bicho, pero ya no estaba en el mismo lugar. Se había ocultado en la ranura de uno de los peldaños del anaquel. Mamá deslizó su dedo por la ranura para confirmar la existencia de un bicho mutación de escarabajo y araña, según mi descripción. Efectivamente, ahí se encontraba enroscado; al sentir la amenaza de la uña de mi madre, se defendió, como todo ser vivo, y se le lanzo al dedo. Como si fuera un dedal de costura, enroscado ahora en el dedo de mi madre y ella, gritando por el susto de que el bicho la mordiera, la envenenara o qué sé yo.

       Después de agitar la mano, el bicho salió volando, el dedo de mi mama estaba intacto, y le dimos gracias a Dios, pero no nos quedamos conformes; inspeccionamos el lugar de los hechos, esa mezcla de estudio, diván, tendedero de ropa y bodega.

       De repente, tras buscar detrás de una blusa colgada en un gancho, venía retador, colgado de su telaraña, el bicho tras mi mamá, pero ella se alcanzó a quitar y lo perdimos de vista. Otra vez, ahí estaba, esta vez venía hacía mi y logro treparse en mi pierna. Mi mamá intento sacudírmelo, pero pareciera que más que un simple bicho acorazado, que teje telarañas para capturar algún mosco incauto volando en su territorio, succiona el cerebro del mosco y crece, se aparea con otro bicho.. O ¿ acaso será hermafrodita?. Aparte de ser un simple bicho, lee la mente de los humanos, o tiene muy buenos reflejos, y, cuando mi madre pretende aplastarlo o espantarlo, adrede brinca a un lugar de la misma persona, en este caso yo, para que el pánico y la frustración se apoderen de mi. Ahora está en mi espalda.

       Le digo a mi mama que me lo quite de una vez, que lo aviente hacia un lado, y mi mama hace el intento, pero el bicho se aferra, en cuanto mi mama esta por aventarlo, éste brinca mas arriba, ahora esta en mi cuello.

       Si hacemos lo mismo de nuevo, me brincara a la cabeza, ¿acaso pretende succionarme el cerebro a mí también? pero, ¡ soy demasiado grande para él!

       Ahí me encuentro, en medio de la nada y de todo, con la única persona que podría ayudarme. Mi madre. ¿ qué hacer? Si lo trata de espantar de nuevo, me chupara el cerebro. Y ¿si lo deja ahí? ¿ que daño podría causarme?

       Pegado a mi cuello, inmóvil pero aferrado con sus patas. Quizás si estuviera en mi pecho podría decir que es un prendedor, regalo de algún amigo estrafalario. Pero no, ¡esta en mi cuello!

       Empiezo a acostumbrarme al ligero cosquilleo que me producen sus patas, cuando salga a la calle si me suelto el cabello nadie lo notara, espero que el calor no le moleste y decida comerse mi mente.

       Tal vez algún día vea a otro bicho igual y decida seguirlo, o tal vez algún día cuando duerma se le olvide qué estaba haciendo y se vaya o simplemente se caiga. En un momento de su vida de bicho deberá cansarse de estar ahí inmóvil.

       Han pasado diez días y este bicho no se quiere caer, ni se quiere morir, ni quiere buscar a su novia. Me he atrevido a tocarle su concha, y ya no brinca a mi cabeza si lo trato de espantar, creo que ya es parte de mí.


       Me pregunto, si no come nada ¿cómo es que sigue vivo?. Aún no pierdo la fe de que se muera de desnutrición.



*Karen G. Rodríguez Montiel.
Guadalajara, México. 1979.
Lic. en Informatica Administrativa (ITESO).


enero
2003